Sheila Acosta Anzalone
No,
no lo soñé, fue como te digo. Por qué mentiría. Con algunas cuestiones
no se miente, ni se simula, ni se finge, ni se espera la aprobación de
lo que no desea ser aprobado. Fue así. Tan así, totalmente así. Nadie,
absolutamente nadie puede negarme que fue así. Por supuesto, está claro
que resultaría de una inutilidad absoluta explicar lo inexplicable, o
entender aquello que, a todas luces, se exhibe incomprensible.
Quien se atreva a asegurar que descubrió los insondables misterios de
la vida, podrá hacerlo, pero sus aseveraciones surgirán de su parcial
visión. En mi caso, tan humilde y, a la vez, tan soberbio, engreído,
inusual, pero muy sincero, sólo me conformo con decir que es posible lo
imposible, que se puede añorar lo que no se vivió, extrañar una voz
jamás escuchada, o perderse en la mirada que nunca nos vio.
Un
ocaso mortecino puede aguardar en cada madrugada, porque el alba es
crepúsculo en otras latitudes. Un eclipse total del corazón no es sólo
la letra de una ochentosa y bella canción, ni la luminosidad dejada por
alguien en su tránsito por el rincón compartido, a veces, por un
segundo. Es eso, es un eclipse total, y cada quien sabe de las bellezas
únicas e irrepetibles que mueve un fenómeno universal como ese. Cada
quien entiende que, una vez que pase, deberá esperar años, quizás
siglos, o milenios para que acaezca algo similar. Por eso la necesidad
de atrapar los eclipses, como si se pudiera tratarlos cual objetos. Como
cosas que perezcan, atadas, a las mezquinas leyes de la propiedad. Así
de egoístas somos, así de yoístas sin entender y aceptar, que los
asuntos únicos son tan libres como el viento.
Quién puede negar mi
vuelo de libertad afirmando que lo soñé, si ya he surgido de la
crisálida y muy pronto, en horas se hará la noche.
Quién puede regimentar los sueños cuando son y no son sueños. Quién es capaz de decirme que sólo lo soñé.