De Lucía Ceballos y Spina
Yo estaba sentada sola en aquel colectivo intentando escribir. Subió un guitarrista, flaco y alto. En la siguiente parada, subió un barbudo y gordo leñador con su hacha y una pequeña radio que guardaba en su bolsillo. En la siguiente parada, en la calle Sheridon 369 donde yo bajaba, subió una niña. Tenía ojos claros y una cara muy humilde. Agradecí y me bajé, la niña me miró y me regaló una hermosa sonrisa. Me dirigí hacia la calle paralela de Sheridon,donde yo vivia.
Llegué a casa, me esperaba mi tía Gertrudis con un maravilloso té. Me preguntó si había podido escribir algo. Negué con la cabeza mientras tomaba un trago. Le dije que había visto a esas personas subir y , en la última parada, aquella niña.
- Escribe sobre ella- dijo mi tía.
Entreabrí mi cuaderno y hallé un sobre. Lo abrí. Dentro de él, había dibujado unos hermosos claros ojos, similares a los de la niña. Detrás de ese sencillo dibujo, una radio perfectamente ilustrada y, desde aquella obra de arte, se podía oir una melodía de guitarra. Encendí el fuego y lanzé los dibujos. La melodía seguía ahí... Me quedé observando y vi al barbudo leñador con el flaco guitarrista. Se veían trozos de madera tirados en el suelo, probablemente el leñador construía una guitarra.
Mi tía se acercó y, al mirarme, se hechó a gritar. Yo, asustada, sin saber lo que pasaba, corrí y llegué hasta la calle Sheridon y ví un colectivo parar, bajó un hombre conocido que no paraba de mirarme , subí y, al cruzarnos, le regalé una sonrisa.