De María Livia Aghemo
Perder el tiempo,
mi tiempo, tendiendo la cama de otros, todos los días.
¿Por qué no se
levantarán y, después de lavarse los dientes, tienden su cama?
Durante la mañana
los mandados por todos los negocios del barrio, perdiendo mi tiempo otra vez.
Y lo veo a
Marcos, mi vecino, sacar su auto de la cochera. Son las nueve de la mañana y el
tipo ya tiene prendido el pucho. Hace sólo quince minutos lo escuché toser por
la medianera como si estuviera por escupir los pulmones. Va despacio en su
auto, cosa rara porque él siempre sale echando humo con su metro noventa y su
voz de tanguero.
¿Por qué va
lento? Lo miro y veo como desenrosca el pomo de la crema Karina Rabolini y se
la distribuye suavemente por sus manos.
Después de eso
dobla en la esquina hecho una furia.
En mi casa cocino
de almuerzo una tarta de espinacas y separo la ropa sucia en dos pilas:
ropa blanca y de color. Cuando intento
poner en el lavarropas la pila de colores claros descubro la goma del tambor
llena de moho, como podrida, toda verde.
Llega Raúl para
almorzar, los chicos no vienen porque se quedan en lo de la abuela.
Pregunta qué hay
de comer, le digo que “tarta de espinacas”. Me dice que no, que a él no le
gusta, que verde comen las vacas, los canarios y los cascarudos, que bajo
ningún punto de vista va a tocar esa tarta, él quiere unas salchichas. Dice que
odia cuando todo es verde.
Un hartazgo
profundo me invade al escucharlo, lo veo más encorvado, opaco y nauseabundo que
nunca.
Abro su maletín y
tiro toda la tarta de espinacas ahí, entre los expedientes del juzgado.
“Tomá”, le digo
alcanzándoselo, “ahora sí todo es verde”.
Junto toda la
ropa clara y en una bolsa la llevo hasta la tintorería.
La puerta tiene
el cartelito de “cerrado” colgando, pero yo golpeo fuerte la puerta del
costado. Uzu me conoce y me va a atender fuera de hora.
Lo veo aparecer
caminando despacito por el pasillo. Me rio sola acordándome de mi hijo que
siempre pregunta “¿por qué Uzu tiene los ojos cerrados, cómo hace ver así?”. No
hay forma de hacerle entender que así son los orientales, que Uzu viene de un
lugar donde todos los ojos son rasgados.
Me abre y con una
sonrisa me explica que la tintorería está cerrada porque él tiene anginas.
Me invita a pasar
igual. No sé si corresponde. Me invita un té, y pienso que tomar un té en lo de
Uzu no tiene nada de malo.
Me pide que me
saque los zapatos porque a su casa hay que entrar descalzo. El té en una
teterita hermosa, sobre una mesa bajita rodeada de almohadones verdes. Cuando
doy el primer sorbo todo el vapor entra por mi nariz. Uzu se sienta al lado mío
y me masajea los pies.
Después de eso
cierra la puerta.
daría unos cuántos días del próximo invierno por tenerte delante, atarte una cinta negra en tu muñeca, comparar nuestra caligrafía e intercambiar información sobre temas varios...
ResponderEliminarLeerte es como tenerte cerquita, chueca...
gracias!!!
El cuento, como siempre, excelente...
Me ha encantado el cuento.
ResponderEliminarPrescindiendo de Uzu, me he sentido plenamente identificada.
Abrazo.
Lástima que todas tenemos que prescindir de Uzu!
ResponderEliminarjajajaja, qué bien me vendría Uzu!!!! Muy Bueno, totalmente identificada. Cómo mierda siento que pierdo mi precioso tiempo haciendo de ama de casa (cocinando ni te cuento!). Y total nunca conformo a nadie, y lo más triste, tampoco a mí misma.
ResponderEliminarSILVANA MANDRILLE
jaja, me mató la respuesta.
ResponderEliminarOtro beso.