Le escribo
sabiendo que nunca enviare esta carta…por obvios motivos, usted no sabe que
existo y yo no sé su dirección…
Le escribo estas
líneas sabiendo que nunca las va a leer, pero no me importa, porque quiero que
sepa que cada mañana me enfundo en mis mejores galas solo para colgarme por la
ventana a verlo, con la vana esperanza que mientras habla por teléfono levante
su vista y de pronto me vea.
Cada medio día,
me almuerzo la angustia de que no ha mirado ni siquiera un segundo hacia mi ventana,
y al caer la tarde bajo la persiana con el anhelo de que quizá lo hará mañana.
Quisiera que sepa que no soy de esas locas que
se obsesionan con un desconocido, pero desde que usted se ha mudado a ese
edificio que linda con el mío, mis días han cobrado vida, me despierto cada
mañana con una sonrisa pensando en usted, y casi me he olvidado de cuan
miserable eran mis jornadas en este trabajo que odio.
Solo
agradecerle, que ha devuelto a mi cotidiana rutina la ilusión y que desde su
llegada ha vuelto a entrar el sol en este cubículo frio en el cual trabajo 8
largas horas de mi hastiosa vida.
PD: Por si acaso
algún día esta epístola llega a sus manos, y si solo por casualidad usted
decide levantar la vista de puro curioso, mi ventana es la del séptimo piso,
tercer cuadradito (al medio), tiene un macetero con una plantita que solía
estar seca, pero que esta brotando otra vez desde que la riego a diario.
Saludos cordiales, Maria…
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