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domingo, 18 de diciembre de 2011

DETECTOR

Carolina Elena Astegiano

Completamente desilusionado por lo que había descubierto, Sakito Tokiama trató, por lo menos, de obtener algún rédito económico de su invento.
El “Detector del último pensamiento” era un aparato que servía para conocer el último pensamiento de una persona al momento de morir.
Junto con las autopsias médicas, se conectaba el Detector y así podía saberse en qué y en quién estaba pensando la víctima antes de ser tomada, prevista o imprevistamente, por la Dama Blanca.
El invento del siglo, que se había ya ganado numerosos premios –incluido el Nobel- y no menos millones, había sido codiciado por prestigiosos investigadores de todo el mundo, y gracias a la aplicación de ese novedoso método, pudieron resolverse innumerables causas.
En la mayoría de los casos, el último pensamiento de las víctimas era la invocación de una deidad, lo que dejó demostrado que todos los seres humanos, en mayor o menor medida, tienen la absoluta certeza de que después de este breve paso por la Tierra, viene otra dimensión, con la consecuente pedida de auxilio para el ingreso digno a ese otro espacio desconocido.
 Cuando la muerte era súbita, el último pensamiento era demasiado borroso y costaba decodificarlo: se mezclaban y superponían momentos, personas, lugares; en cambio, cuando la muerte se venía esperando, ya sea por una larga y dolorosa enfermedad o simplemente por vejez, las imágenes eran perfectas, nítidas, definidas, con predominio de imágenes de felicidad, prácticamente no había lágrimas, ni dolor.
Sakito venía trabajando en su invento desde hacía tiempo pero no se lo había contado a nadie, ni siquiera a su fiel y amada esposa, que pacientemente aguardaba detrás de esa puerta, mientras él trabajaba en “algo” que nadie sospechaba. Su amadísima esposa, la pobre mujer que, callada y sumisa, se desvivía por ese hombre. Sakito sabía que, luego de presentar al universo su invento, le daría a su mujer la merecida recompensa a tantos años de servicio.
El día de la presentación del Detector, Sakito se sintió demasiado nervioso. Colocó el invento dentro de un recipiente acondicionado y lo puso en su vehículo para el traslado. Su esposa, subyugada por el misterio de su marido, se sentó a su lado. Y ambos partieron hacia el lugar que los esperaba, bajo la mirada expectante de quién sabe cuánta gente y medios de comunicación.
Sakito conducía, pero los nervios lo socavaban. Le hacían temblar el pulso.
En un trágico momento, el coche que venía de frente impactó contra el suyo. En su mente todos los pensamientos se disputaban el primer plano. Pensó en su mujer, en sus hijos –ya grandes-, en su invento y en la terrible posibilidad de ser el primero en usarlo.
Cuando todo pasó, él supo que estaba vivo.
Pero… su esposa. ¡Su amada esposa! ¡¿Dónde estaba?! ¡¿Cómo estaba?!
La fatal noticia no tardó en llegar.
Con suma tristeza, con el dolor traspasando toda la piel de su cuerpo, extrajo el Detector, ante la mirada atónita de los presentes.
Lo conectó. Deseó saber con todo el corazón, qué se le habría cruzado por la mente a esa mujer que había compartido la mitad de su vida en ese minuto mortal.
Vio las imágenes borrosas, vio siluetas de personas que él reconoció de inmediato. Vio todos sus afectos, en una maraña extraña de movimientos, de luces y sombras, y esperó verse a sí mismo. Esperó que estuviera pensando en él en ese momento fatídico.
De pronto, vio la silueta de un hombre. ¡Ahí estaba él! Lo sabía. Amó a esa mujer a la que últimamente tanto había descuidado en pos de sus ambiciones personales.
Sin embargo, … ese hombre ¡no era él! Buscó con desesperación identificar a ese hombre desconocido. El extraño aparecía bastante seguido, y según los informes de los forenses, cada aparición de él se correspondía con síntomas de felicidad en el cuerpo muerto de ella.
Después de buscar y buscar, finalmente Sakito, su fiel esposo, nunca apareció en su pensamiento.
Se resignó a vivir de las regalías de su invento, a gozar de una fortuna inesperada, con la desesperanzadora desilusión de no haber sido el último pensamiento de su esposa.