Para participar enviá un mail a palabrasenronda@gmail.com Todas las imágenes están extraídas de la red INTERNET

viernes, 20 de abril de 2012

Instructivo para extrañar intensamente a un hombre.






De Gabriela Cravero

Sepa en principio que extrañar no es una decisión que Ud. pueda tomar. Como un grano inesperado en el medio de la frente, como un depósito de una paloma en el hombro, como una punta enganchando el can-can que estrena desde hace cinco minutos, le acaecerá. Por esto es necesario que lo haga con fuerza tal que luego de haber extrañado tanto, ya no tenga que hacerlo nunca más en su vida.

Actúe. Por comenzar, sepa que usted está extrañando a alguien que ya no está. Ese es el primer paso. Tomar consciencia de que lloregritepataleebusquecorrallame, esa persona no está ni volverá a estar. Se fue. Así que es momento de iniciar todo tipo de rituales autodestructivos de su moral, de su aspecto físico y de su estabilidad espiritual.

Hable con propiedad. A cada cosa que haga o diga agréguele sin falta el prefijo “ex”. Entonces le dolerán en los huesos esas dos letras aumentando el sentimiento ya inminente de extrañar y todos sabrán que Ud. pasa día y noche en este engorroso proceso, diferenciándose a Ud. de él, a lo que tenían juntos, y a lo que no tuvo ni tendrá.

Camine. Busque sus botitas kikcers, bien cómodas, y tome vuelo. Recorra absolutamente todos los lugares que alguna vez signaron su ex-amor. Diríjase en principio al lugar donde se conocieron. Entre donde sea, irrumpa la actividad áulica de cualquier persona, no importa qué piensen de Ud., porque Ud. está extrañando y nada más que eso le auspicia el pensamiento. No lleve para tal fin ningún tipo de pañuelo de tela o de papel. Secarse las lagrimocos con las manos o los puños le dará ese toque adecuado de loca histérica, llorando por lo que perdió, en plena vía pública. Continúe el recorrido por el lugar donde pactaron ser novios. Nadie se gana la lotería con el amor, así que siga caminando por algún lugar significativo como las plazas. Pase frente a una librería y compre su ex-libro favorito. Léalo, subráyelo, desovíllelo, busque en él respuestas que jamás va a encontrar.

Huela. Si eso aún no logra hacerle desatar la crisis de llanto, pase por una perfumería (en el peor de los casos por un puesto de imitaciones de la peatonal). Pida con mucha cara de tristeza ese perfume que sentía cada noche en su almohada. (De paso recuerde no lavar la última funda que compartieron). Compre el perfume. Báñese Ud. misma con él, su ropa, las fundas de las almohadas que estaban limpias, los repasadores, y algún corpiño de voladito y encaje. Imagine que él mismo dejó ese aroma en Ud. Y sepa darse cuenta que no fue así, que está Ud. sola, con su olor a un día largo y a un perfume que engaña su afán de tenerlo consigo.

Fantasee. Vuele con su imaginación. Piense qué le va a hacer de comer esta noche y qué película verán. Piense en el fin de semana largo, en un viaje a las sierras. Piense en dejarle la mitad de las masas finas que trajo de su pueblo que tanto adora; en vez de uno compre dos postrecitos; elija lana color azul oscuro para que combine la bufanda con algún traje; no planifique almuerzos el domingo con sus amigas; no cierre el celular por si recibe su llamado. Ahora caiga en la cruda realidad y sepa que lo que pensó es en vano y que no sucederá. Cómase todas las masas finas. Elija lana roja. Llore. Grite. Gima. Estalle. Eso coadyuvará a su proceso.

Sueñe. Cuando se vaya a dormir, ya inspirada por su ex-perfume que Ud. misma roció en la almohada, piense en cualquier cosa, como en qué ropa se pondrá cuando despierte, como en si pintarse las uñas “fucsia chic” o “rosa perlado”. Total, piense que lo que piense, si el proceso va viento a favor, Ud. soñará con él cada noche, cada siesta, en los cinco minutos que cabeceó en el bondi, y hasta a veces se encontrará soñando despierta. Sueñe con su costado, con su espalda, con sus ojos blanquirrubios. Sueñe con el color miel. Sueñe que su vida es un sueño y que su sueño es la realidad. Cuando despierte, no olvide sentir ese dolor profundo en el pecho que le oprime el primer suspiro de realidad matutina. Y llore, como para arrancar el día desahogada.

Desafine. Tatúe con sangre propia las letras de esas canciones que le surcan los cachetes con lágrimas vencidas cuando llora. Grítelas. Si no sabe todas las letras apréndaselas y cántelas a toda fuerza mientras se baña. Al unísono, llore. Esta vez sus gotas se mezclarán con las de la ducha y así pensará que lloró tantos litros de angustia. Desafine como sólo Ud. sabe hacerlo. Desafine el “Volver” de Le Pera, o alguna pena cruel de Chavela Vargas. Cuando cante con cuerpo y alma, se dará cuenta que no sólo desafina en esta expresión, sino que su vida viene igual de desentonada y descolorida. No tema. Elija en vez de un tango una chacarera, que al menos le permitirá esbozar unos sencillos pasos de baile.


Escriba. Si esto aún no logra hacerle sentir el dulce sabor de la pena, si aún no ha logrado vaciar el alma y rozar profundamente la herida de extrañar, escriba. Comience con cómo se siente Ud. (destruida) y hágalo en ítems. Verá que la mayoría de las cosas que escriba sobre Ud. misma serán objetos desechables, por ejemplo, “me siento tonta, me siento rechazada, me siento incapaz, me siento pecado”. Sepa que en principio esto sería cierto. Pero ármese mejor una historia. Escriba en su diario, cuente los aproximados 1500 días de su ex-amor con lujo de detalles, llore sobre las hojas, gaste muchas lapiceras, tírese en el sillón, sufra como lo hacen las de la novela de la siesta, haga que el portero de su edificio piense que se le ha muerto algún pariente por lo penetrante de su grito de dolor que se oye desde el palier. Escríbale a él. No se canse. Cartas, mails, mensajes de texto. Como jamás obtendrá respuesta, eso le ayudará a sentirse más denigrada y a extrañar aún más a su ex-hombre.

Sublime. Finalmente, si nada de esto le es suficiente, si aún no puede vaciar el extrañamiento para llenarse de nuevos colores, escriba un instructivo para extrañar desesperadamente a un hombre. Uno parecido a éste, y… si aún sigue sin funcionar, vaya planificando uno nuevo: “cómo rearmar una vida luego de un gran, grandísimo, profundo e incomparable amor”.

jueves, 19 de abril de 2012

EL FUNERAL DEL TRAJE GRIS




De Alicia Grimaldi

Transcurría la década del cuarenta, mis abuelos maternos decidieron dejar la zona rural y trasladarse a la capital cordobesa. Compraron una casa de amplio terreno, muy cerca de la iglesia y la plaza del tradicional barrio elegido.
De los cinco hijos del matrimonio, permanecía soltera solamente mi madre. Ella había sido educada con valores muy conservadores, quizá propios de la época y de sus padres inmigrantes.
A los pocos días de haberse mudado, mamá conoció a la hija del matrimonio vecino, soltera como ella y muy similar en su manera de ser. Así fue que comenzaron una amistad. Por las tardes, salían a caminar, visitaban la plaza y presurosamente volvían cada una a sus respectivos hogares.
En una de esas caminatas, se cruzaron con un joven de elegante traje gris, que les regaló una tímida sonrisa. Después de algunos días, lo volvieron a encontrar; entonces él se detuvo y muy respetuosamente se presentó y les pidió consentimiento para caminar unas cuadras juntos.
Transcurrieron las semanas y ya compartían los tres algunos paseos hasta la plaza, pero notablemente el joven dirigía su atención hacia mi madre. En poco tiempo, este galán educado, que utilizaba el “usted” para dirigirse en su conversación, había ganado la confianza y el corazón de mi madre. Posteriormente, en uno de los encuentros, el joven comentó que debía viajar a la provincia de San Juan por asuntos familiares, por lo cual se ausentaría muy poco tiempo y luego volverían a verse.
En esa época, las muchachas jóvenes, a manera de distracción y quizás para permitirse soñar ilusionadamente con su futuro, solían concurrir los sábados a presenciar los casamientos en la iglesia. Ese sábado, mi madre y su amiga, en ausencia del compañero de paseo, decidieron asistir a la iglesia del barrio y así deleitarse con las ceremonias nupciales y porqué no, emocionarse con el Ave María, que algún día escucharían vestidas inmaculadamente de blanco.
Cuando llegaron al templo, ya se estaba celebrando una boda. Los novios permanecían de espaldas, atentamente entregados a la solemnidad del momento. Al término de la ceremonia, el sacerdote dijo:“el novio puede besar a la novia” y él levantando el tul que cubría la cara de aquella doncella, selló esa unión con un beso en la frente.
De inmediato, y cortejado por los suaves acordes del piano, el flamante matrimonio emprendió su salida deslizándose por la gastada alfombra roja. Mi madre y su amiga, ubicadas como siempre en los primeros bancos y al lado del pasillo, miraban emocionadas. A medida que la pareja se acercaba, mamá que observaba atentamente a la novia, desvió la mirada y sus enormes ojos verdes se cruzaron con los del novio; quizá fue sólo un segundo o tal vez una eternidad; la humedad fue cubriendo sus pupilas hasta convertirse en lágrimas de asombro, el amable joven de traje gris venía pasando ante ella convertido en fiel esposo.

El miedo en la casa del amor



de Cecilia Breier



No dejes que el miedo malogre tus horas

convirtiéndolas en arena que
se escurre…

Recuerda la eternidad inmensa

de nuestros cuerpos fundidos.

La alegría que hace estallar

con fuegos de artificio

la madera seca de nuestro
pasado.

No olvides, tampoco, proteger

este brote, este retoño bueno

que crece dentro nuestro.

Riégalo con paciencia como
antes

a tus flores, en aquella casa,

y en aquellos tiempos idos.

Mientras tanto, yo lucharé

contra el miedo a lo ya
conocido,

fundándome en la roca

de tus besos desnudos.

Arderé en tu sonrisa

y seré jardinera de este amor
soñado

para verlo crecido.

miércoles, 18 de abril de 2012

CONSIGNA "MIEDO"



Dificil... a ver qué se nos ocurre... "tus"miedos, "mi miedo", "autobiografía de un miedo"...

Sala de espera




De María Livia Aghemo


Verlo venir caminando con su bastón fue como ver venir caminando a la muerte misma. Ese andar, sin equilibrio, bamboleando el cuerpo de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.

La mirada brillosa, que no es lo mismo que decir brillante.

Colgado, literalmente, del brazo de esa chica que lo acompaña. Esa chica que está pensando en el sábado, en el baile, en ese chico. Ella sí tiene la mirada brillante. Brillante como el sol en primavera que te enceguece los ojos. Brillante como las estrellas de esa noche que te dejaron salir sola por primera vez. Brillante como la sonrisa del flaco al decirte el primer te amo.

Esa chica que lo acompaña sostiene su brazo como podría sostener el de cualquier otro anciano. Su cara muestra esa inocencia que todos sentimos alguna vez, esa que, por el solo hecho de sentirse joven, uno se siente también inmortal.

No quiero nunca más venir a esta clínica, no quiero que la sala de espera se encuentre al lado del área oncológica.

El anciano pasa a mi lado y evito mirarlo.

Me pregunto si es cierto que las mariposas sólo viven veinticuatro horas.