Para participar enviá un mail a palabrasenronda@gmail.com Todas las imágenes están extraídas de la red INTERNET

jueves, 8 de noviembre de 2012

Salchichas



De María Livia Aghemo


Perder el tiempo, mi tiempo, tendiendo la cama de otros,  todos los días.
¿Por qué no se levantarán y, después de lavarse los dientes, tienden su cama?
Durante la mañana los mandados por todos los negocios del barrio, perdiendo mi tiempo otra vez.
Y lo veo a Marcos, mi vecino, sacar su auto de la cochera. Son las nueve de la mañana y el tipo ya tiene prendido el pucho. Hace sólo quince minutos lo escuché toser por la medianera como si estuviera por escupir los pulmones. Va despacio en su auto, cosa rara porque él siempre sale echando humo con su metro noventa y su voz de tanguero.
¿Por qué va lento? Lo miro y veo como desenrosca el pomo de la crema Karina Rabolini y se la distribuye suavemente por sus manos.
Después de eso dobla en la esquina hecho una furia.
En mi casa cocino de almuerzo una tarta de espinacas y separo la ropa sucia en dos pilas: ropa  blanca y de color. Cuando intento poner en el lavarropas la pila de colores claros descubro la goma del tambor llena de moho, como podrida, toda verde.
Llega Raúl para almorzar, los chicos no vienen porque se quedan en lo de la abuela.
Pregunta qué hay de comer, le digo que “tarta de espinacas”. Me dice que no, que a él no le gusta, que verde comen las vacas, los canarios y los cascarudos, que bajo ningún punto de vista va a tocar esa tarta, él quiere unas salchichas. Dice que odia cuando todo es verde.
Un hartazgo profundo me invade al escucharlo, lo veo más encorvado, opaco y nauseabundo que nunca.
Abro su maletín y tiro toda la tarta de espinacas ahí, entre los expedientes del juzgado.
“Tomá”, le digo alcanzándoselo, “ahora sí todo es verde”.
Junto toda la ropa clara y en una bolsa la llevo hasta la tintorería.
La puerta tiene el cartelito de “cerrado” colgando, pero yo golpeo fuerte la puerta del costado. Uzu me conoce y me va a atender fuera de hora.
Lo veo aparecer caminando despacito por el pasillo. Me rio sola acordándome de mi hijo que siempre pregunta “¿por qué Uzu tiene los ojos cerrados, cómo hace ver así?”. No hay forma de hacerle entender que así son los orientales, que Uzu viene de un lugar donde todos los ojos son rasgados.
Me abre y con una sonrisa me explica que la tintorería está cerrada porque él tiene anginas.
Me invita a pasar igual. No sé si corresponde. Me invita un té, y pienso que tomar un té en lo de Uzu no tiene nada de malo.
Me pide que me saque los zapatos porque a su casa hay que entrar descalzo. El té en una teterita hermosa, sobre una mesa bajita rodeada de almohadones verdes. Cuando doy el primer sorbo todo el vapor entra por mi nariz. Uzu se sienta al lado mío y me masajea los pies.
Después de eso cierra la puerta.