Para participar enviá un mail a palabrasenronda@gmail.com Todas las imágenes están extraídas de la red INTERNET

jueves, 14 de junio de 2012

Calor de enero





De Alejandra Lucca ( Los Cocos, Córdoba, Argentina)



Leonor suspiró calladamente, giró sobre sí misma y volvió a mirar sobre su hombro para estar segura de que su marido dormía.

¡Qué tonta! pensó. Claro que duerme, siempre duerme.

Aún así, se deslizó con sumo cuidado y delicadeza para salir de la cama inadvertidamente. Desde hacía varias noches, dormir le estaba costando más de lo habitual. Tal vez las mismas noches que el aire acondicionado permanecía sin funcionar pero esa noche llevaba algunas horas dando vueltas, sintiéndose molesta y desvelada.

Ya de pie, sintió en sus plantas la espesura ----------del piso alfombrado. La evocación de las discusiones con Federico sobre alfombra o piso de madera, le llego desde lejos, como un recuerdo cargado de fastidio. Su marido, se había impuesto desoyendo sus teorías de lo agobiante que eran los tejidos espesos en verano; como lo eran ahora, ahora, en esa noche horrible de enero húmedo.

Dudó un minuto entre una ducha refrescante o bajar y encender la computadora en algún lugar cómodo y fresco; ver de encontrar algo con que entretenerse un poco. Iría a la planta baja, luego vería.

Siempre con sigilo, avanzó por el pasillo que sólo dejaba entrar un mínimo de luz por una ventana posterior; en ese momento recordó que estaban en luna menguante.

Mejor, pensó, conozco mi casa de memoria. Prefiero la oscuridad.

Bajó escalón por escalón, lentamente. Algo de sus movimientos le hizo pensar en sí misma como en una criatura misteriosa, grácil, cubierta por las texturas de las telas nocturnas, presta a cometer algo fuera del libreto de su vida.

Al llegar al último peldaño, un auto que giró en la esquina iluminó, a través del inmenso ventanal, la totalidad del ambiente. Un espasmo de sobresalto la recorrió íntegra, al destruirle momentáneamente el juego de sombras y resplandores que le resultaba familiar. Por un segundo, pensó en volver a su cama, pero luego se dio cuenta de lo tonto de inquietarse por un par de luces que iluminaba el interior de su casa como un faro marino, que da una sola vuelta.

Acá abajo el piso de madera, le resultaba extrañamente placentero; sus pies desnudos se apoyaban cómodos sobre la superficie lisa, con esa cierta morbilidad propia de lo encerado; sutilmente llegaba a su nariz, el aroma de la pasta perfumada.

Ya en la cocina, abrió la heladera, examino los estantes como si le fuera ajena, como si esperara encontrar algún manjar sorpresivo. Nada. Pero aun estaba la botella de agua fría, algo se llevaría de esa helada caja luminosa.

Llenó un vaso grande, al que le agregó hielo y sin poder resistirse a la tentación, mojó sus dedos y los salpicó sobre su rostro y cuello. ¡Ah... que placer!

Al pasar por el desayunador recordó el Pan de Banana, que había hecho a la tarde, cortó una rebanada, desmigó un trocito con los dedos y una vez en su boca, sintió un sabor dulzón, demasiado para su gusto. De inmediato, llegó a su mente la voz de su hija mientras pelaba las bananas para el batido. -¡Mirá que las bananas no están maduras!

Ya lo sabía, pero todo lo que le importaba era terminar con eso y que estuviera listo para el desayuno.

Se agachó cerca de la cama del perro que seguía sus movimientos con mirada adormilada y le dejo el mal habido pan.

Contrariada y aburrida, miro por la ventana sobre la mesada que al igual que el ventanal del living daba hacia la calle, esa noche a oscuras. Leonor, se preguntó por qué no estaba prendida la luz; mentalmente agendó llamar por la mañana a alumbrado público.

Pero otra pregunta la inquietó: ¿por qué dormían de noche con las cortinas sin correr? ¿Siempre dejaban así las ventanas?

Con aprensión, volvió a mirar por el gran rectángulo de vidrio, amparada en uno de los tantos conos de oscuridad. Calle tranquila de barrio residencial, rejas por todos lados, casetas de vigilancia esquina de por medio, todas las casas ocupadas por familias conocidas.

Todas menos una.

La de frente a su casa.

La casa de los Alconada. Se habían mudado al exterior por trabajo hacía un mes.La propiedad estaba en manos de una inmobiliaria conocida, para alquiler. Con un gesto algo despectivo pensó si los próximos habitantes del lugar serían comparables a los discretos dueños.

Miró una vez más y se sintió tranquila de ver que semejante caserón permanecía totalmente a oscuras. Envalentonada con esa nueva privacidad que le otorgaba la soledad de la noche, deseo que nunca se ocupara.

Y ese terrible calor nocturno de enero…

Fue al detenerse frente al espejo, antigua puerta modificada de un ropero, que recordó el día en que lo colocaron justo ahí, frente al ventanal, para que evidenciara la luz entrante. Observó su imagen reflejada, primero distraídamente, luego con más interés. No era una mujer hermosa, pero algo en su piel, en sus huesos, la hacían interesante. Podía decir que no delataba sus cuarenta años.

Prendería bajo el aire del living y se sentaría con su notebook a buscar algo que la mantuviera ocupada. Cuando llegó al amplio sofá, vaso helado en la mano, el gato de la familia se estiró lánguidamente al sentir su presencia, para luego seguir durmiendo. Leonor se quedó absorta, mirándolo como si fuera la primera vez que lo hacía. Pensó, que en realidad, ni con todas sus horas de yoga o de Pilates, podía lograr un movimiento tan estético y lleno de seductora elasticidad.

En otra vida, quiero nacer gata, pensó en un rapto de envidia hacia el felino.

Sentada, entrecruzó sus piernas y encendió la computadora, la pantalla le iluminó el rostro tenuemente y entonces lo notó.

Frente a ella, atravesando el ventanal, cruzando la calle, en el pórtico de la casa deshabitada, una minúscula luz rojiza brillaba. Una pequeña brasa que pobremente iluminaba.

Luego nada, la oscuridad total.

Tal vez me pareció ¿como podría haber una luz pasando el portón? Si fuera así, alguno de los guardias, se habría dado cuenta. Se tranquilizó, pero en ese mismo momento la luz volvió a brillar. ¡Un cigarrillo! No estaba equivocada, alguien estaba fumando en la galería de la casa de enfrente.

Confundida, pensó en llamar a la caseta de seguridad pero primero prefirió correr las cortinas.

¡Las cortinas! Las había mandado a limpiar y no estarían hasta dentro de una semana… Aún así, creyéndose en sombras, observaba el camino que trazaba la luz, subía al comienzo brillando apenas, luego más intensamente llegando casi a iluminar un bosquejo de labios y nariz para lentamente opacarse y bajar unos centímetros.

Algo confusa, asumió que cada vez que subía, ella deseaba que brillara más y así iluminara algo de ese rostro.

De pronto fue consciente de su propia vulnerabilidad, era ella la que estaba siendo observada. ¿Desde cuando la estaría mirando? ¿Seria algún conocido? ¿Un ratero, esperando el momento oportuno?

Trató de repasar cada movimiento realizado, recordó con una mezcla de pudor y rabia que había simulado el movimiento del gato. También la horrorizaba, (¿realmente la horrorizaba?) pensar que la había visto estudiarse frente al espejo

¡Maldita sea! Apagaría todo y correría a su cama segura. Mañana hablaría con los guardias, diría que con el calor había bajado a tomar un vaso de agua y alguien estaba fumando enfrente. No contaría más.

Pero, ¿Tenía algo más para contar?

Por supuesto que no, se dijo a sí misma. ¡Es sólo este calor que me confunde!

Pero súbitamente entendió que antes de subir, debía hacer algo.

Buscó su cartera, tomó un cigarrillo, lo encendió y se sentó en un sillón de respaldo alto. A su retaguardia el ventanal, así se sentía más segura.

Tranquila, cruzada de piernas, comenzó a aspirar y crear su propia braza brillante reflejada en el espejo. Braza gemela de otra enfrentada, simultanea, de ritmo cada vez más apremiante.

Terminó el cigarro a la vez que la luz intrusa moría.

Con lentitud, se levantó, fue hasta el sofá, apagó la computadora y subió las escaleras, indiferente a la casa vacía y oscura.

Resbaló dentro de las sábanas con la misma suavidad con la que saliera. Federico, a su lado, dormía ignorante del último cigarrillo nocturno de su mujer.

Ella en cambio, sonreía para sí.

Mañana, no le diré nada al guardia, pensó, los buenos compañeros de juego son difíciles de encontrar por lo tanto...no se delatan.



miércoles, 13 de junio de 2012

Cosigna "Inquilino"





Esta vez, la propuesta es escribir algo que nos inspire esta palabra.




Es un buen lugar para desarrollar la CURIOSIDAD, como elemento.

 "INQUILINO", es según el diccionario:


1-Persona que alquila una vivienda o parte de ella para habitarla.

2 Organismo animal o vegetal que vive sobre otro del que no se nutre y a quien no perjudica.

¿Cuáles son las palabras, los sustantivos, los verbos, los adjetivos que te nacen al pensar en "inquilinos"?

Es también una buena posibilidad para dar espacio a un poco de HUMOR, no?

 Pero quizás el inquilino se trate esta vez, de "alguien que habita permanentemente un espacio sin ser dueño de él".

Siempre se tiene un inquilino cerca. Afuera, o adentro.  Mucha suerte !



Nati