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sábado, 4 de febrero de 2012

PRIMERA CURVA





de Carolina Astegiano

Alterar una señal de tránsito es delito. Pero mayor delito es no ubicarla donde corresponde.
Eso le pasaba a Adela. No encontraba en su ruta una lastimera señal que seguir. Que respetar. Que transgredir.
Lo mismo le daba girar a la izquierda que girar a la derecha, ir a mano o a contramano. Lo mismo daba.
Generalmente sus decisiones no afectaban de raíz a nadie, ni siquiera a ella misma, que venía transitando ese camino hacía años y no había modificado de plano absolutamente nada.
Seguía sola, en el mismo trabajo, en la misma casa, todo igual.
Adela, después de destruir su último celular, creyó al principio que se volvería loca sin saber el tiempo por el cual estaba transitando.
Pero también recordó, casi con felicidad, que ese día, justo ese día (y por eso el sol la había  despertado, y por eso su furia de no haber podido seguir durmiendo, y por eso el destrozo dantesco, y por eso estas reflexiones absolutamente innecesarias y lejanas de toda lógica) empezaban sus quince días de vacaciones.
Sin plan alguno, se dispuso a no disponerse a nada. La heladera: bien aprovisionada, el televisor: una “melange” de basura con intelectualidad (que daba como resultado más basura), la casa: ordenadamente desordenada.
Suele pasar, sin embargo, que –a falta de plan personal- el destino nos presente circunstancias que nos obliguen a tomar decisiones.
De repente, el sonido estridente de una sirena puede convertirse en una circunstancia.
Adela no se sintió aludida.
El destino insistió.
La sirena volvió a sonar, esta vez sin detenerse, cada vez más cerca.
Adela esta vez escuchó, pero siguió sin darse por aludida.
La sirena, ensordecedora –que es la única manera que tiene el destino de llamar- se dejó de dar vueltas y la llamó directamente. Se detuvo frente a su casa.
Adela tuvo que levantarse –supongamos que estuviera en alguna posición de la cual tuviera que levantarse- y fue como quien no quiere la cosa, a ver de qué se trataba.
Supo instantáneamente que su vida daría un vuelco a partir de ese momento. Era hora de girar a la derecha.

jueves, 2 de febrero de 2012

Consigna "sobrerruedas"


Esta vez nos toca tomar como desafío, la temática propia de un buen concurso literario.  Es como cuando uno estudia inglés y te empiezan a preparar ejercitándote con los examenes anteriores de Oxford o Cambridge. Juguemos a lo grande. Se trata de escribir un relato (vamos nosotras que tenemos poetizas a incluir también su género), que tenga relación con un viaje en "algo que tenga ruedas". Y ahora, empecemos el año, con entusiasmo, proponiéndonos escribir más y desarrollando en serio ese talento que nos brota por los dedos. Sì? A escribir se ha dicho!

martes, 31 de enero de 2012

DIARIO DE RUTA (Mal señalizada)

de Carolina Astegiano

Adela se despertó perezosamente al sentir el febril abrazo que ingresaba por la ventana mal abierta que daba al este, al puto este.
Con los ojos cerrados y legañosos, se levantó de la cama a tientas, intentó ponerse las pantuflas de invierno –intento que desestimó al segundo-, y, tropezando, llegó a la persiana. Entre maldiciones, cerró la ventana, corrió la cortina y, tropezando de nuevo, regresó al lecho desprolijamente ardiente.
Se abrazó a la almohada como si hubiera sido un náufrago a expensas de un triste madero en el océano.
Ese abrazo le pareció abrasador y se desembarazó de él (si nos referimos al abrazo) o de ella (si nos referimos a la almohada) como suele hacerse del amante luego del efusivo orgasmo.
Boca arriba: demasiado espacio, boca abajo: excesiva falta de aire, de costado: dolor de espalda.
Todo el territorio ya había sido conquistado, excepto… el lado opuesto a la cabecera. Con esperanzas renovadas, volvió a enamorarse de su almohada, la abrazó y se la llevó con ella al “bendito lado de los pies”.
Sentir nuevamente la frescura en la espalda fue una sensación sin igual. El cuerpo volvió a la relajación. La respiración se hizo más suave. Cada miembro de su cuerpo halló nuevamente su lugar y posición pro-natura.
La calma llegó de nuevo… Volvía la respiración pausada y calmosa y serena y templada y quieta y reposada…
La cachetada del despertador con la musiquita (tan amada al principio, por eso la había elegido como despertador, y tan odiada ahora) hizo que Adela perdiera definitivamente la posibilidad de conciliar el sueño.
Con los ojos completamente abiertos y con la sangre derramada en ellos, se levantó, agarró el celular, que no paraba de sonar, a almohadonazos; le dio tantos golpes que el último ya no era necesario, pero por seguridad, se lo dio lo mismo.
Habiendo terminado con el celular, siguió desplumando la almohada contra la pared, mientras la miraba enflaquecer, perdiendo el volumen acogedor que hizo que ella se enamorara.
Con la habitación llena de plumas de ganso por todos lados, y de celulares rotos, siguió descargando su furia sobre la cama caliente, saltando como si se tratara de un cumpleaños infantil.
Bañada en gotas de sudor, Adela se sentó a mirar el escenario. Cuando volvió en sí, comprobó casi con desesperación lo que había hecho.
Cayó en la cuenta de que, rompiendo su celular, rompía la poca noción del tiempo que le quedaba dentro de su casa: todos los demás relojes estaban sin pila.