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martes, 31 de enero de 2012

DIARIO DE RUTA (Mal señalizada)

de Carolina Astegiano

Adela se despertó perezosamente al sentir el febril abrazo que ingresaba por la ventana mal abierta que daba al este, al puto este.
Con los ojos cerrados y legañosos, se levantó de la cama a tientas, intentó ponerse las pantuflas de invierno –intento que desestimó al segundo-, y, tropezando, llegó a la persiana. Entre maldiciones, cerró la ventana, corrió la cortina y, tropezando de nuevo, regresó al lecho desprolijamente ardiente.
Se abrazó a la almohada como si hubiera sido un náufrago a expensas de un triste madero en el océano.
Ese abrazo le pareció abrasador y se desembarazó de él (si nos referimos al abrazo) o de ella (si nos referimos a la almohada) como suele hacerse del amante luego del efusivo orgasmo.
Boca arriba: demasiado espacio, boca abajo: excesiva falta de aire, de costado: dolor de espalda.
Todo el territorio ya había sido conquistado, excepto… el lado opuesto a la cabecera. Con esperanzas renovadas, volvió a enamorarse de su almohada, la abrazó y se la llevó con ella al “bendito lado de los pies”.
Sentir nuevamente la frescura en la espalda fue una sensación sin igual. El cuerpo volvió a la relajación. La respiración se hizo más suave. Cada miembro de su cuerpo halló nuevamente su lugar y posición pro-natura.
La calma llegó de nuevo… Volvía la respiración pausada y calmosa y serena y templada y quieta y reposada…
La cachetada del despertador con la musiquita (tan amada al principio, por eso la había elegido como despertador, y tan odiada ahora) hizo que Adela perdiera definitivamente la posibilidad de conciliar el sueño.
Con los ojos completamente abiertos y con la sangre derramada en ellos, se levantó, agarró el celular, que no paraba de sonar, a almohadonazos; le dio tantos golpes que el último ya no era necesario, pero por seguridad, se lo dio lo mismo.
Habiendo terminado con el celular, siguió desplumando la almohada contra la pared, mientras la miraba enflaquecer, perdiendo el volumen acogedor que hizo que ella se enamorara.
Con la habitación llena de plumas de ganso por todos lados, y de celulares rotos, siguió descargando su furia sobre la cama caliente, saltando como si se tratara de un cumpleaños infantil.
Bañada en gotas de sudor, Adela se sentó a mirar el escenario. Cuando volvió en sí, comprobó casi con desesperación lo que había hecho.
Cayó en la cuenta de que, rompiendo su celular, rompía la poca noción del tiempo que le quedaba dentro de su casa: todos los demás relojes estaban sin pila.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. jeje, voy de nuevo, parezco Adela.

    Ultimamente los besos del este son desesperantes.

    Si después de este dulce despertar, encima Adela se topa con algún benemérito marido, va a arder Troya.

    :D

    Besos.


    SIL

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