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miércoles, 4 de julio de 2012

LLUEVE

De Ebe Baima Cerri





Por las grises huellas
desdibujando sombras
que alimentan la tarde
consumida en la niebla,
soy ardua caminante con pies de horas muertas…

La lluvia que me atrapa
lame las cicatrices en rastros sin esperas
y rueda la tristeza desde los mismos cielos
desovando quimeras…

El agua fatigada
se escurre entre mis dedos
y el pasado agoniza invisibles destellos…

Mi cuerpo es un absurdo
de fríos y cansancios…
deambulando un poema.

Es sólo una colilla que bosteza desierta
en el vacío agreste
que habita la tristeza…

Llueve…

Sobre todas las grietas…

Y con el agua mansa se amordazan los sueños…

Se acalla la conciencia…

Y mientras deletreo tu nombre en la memoria
se alimenta el silencio…

La lluvia es mi destierro…

Miércoles gris

De Cecilia Braier


Se siente como un charco sin sol –le dije- este día en que mi corazón no alumbra. Lo dije, alegrándome, sin embargo, de estar conversando con él, en este miércoles gris de cenizas en el alma.

Y muy de a poco, como ese rayo de sol que se filtra entre abigarradas nubes grises, sus palabras fueron aventando las cenizas. No, las palabras no, en realidad, ese más allá que se percibe, ese fluido místico, bálsamo entre los bálsamos, el amor.




Y ahora que la omnipresente luz me baña de nuevo por dentro y por fuera… me pregunto por qué la olvido tantas veces. Porqué caigo en la tentación de la soledad y el desespero. Porqué juro, cada vez, recordar lo del sol que siempre sale y siempre olvido.




Tentación la he llamado a esa maniobra traicionera a la que a veces sucumbo. Tentación de no saberme amada, de no sentirme. De no sentir la profunda vida que se oculta detrás de la nube de las lágrimas.




Me prometo –no me juro- recordarme todos los cielos pletóricos que llevo adentro mío. Todas las tierras de cultivo, que florecen a su tiempo, colmando la esperanza de los frutos. Todas las manos que dibujaron mi contorno y todas las caricias que aún no he recibido.





Miércoles gris




De Natalia Spina

En mi miércoles gris, estoy en el Museo, en mi escritorio y tengo a mis espaldas tres largas ventanas. En cada una de ellas, cuadros diferentes.

 Una, la de mi izquierda, muestra un largo tronco caído con las rodajas de madera que alguien cortó, rozándoles con vaivén la corteza, como cachorritos tristes. 
La de mi derecha da a un rincón donde un espinillo resiste al viento, al frío y está mudo, ahí, asomado a unos vidrios donde, también de espaldas, la bibliotecaria acomoda libros raídos. 
Y atrás mío, en la del medio, la ventana más que ventana es una puerta al tiempo del olvido... 
Arrastrándose pero aún erguida, una escalera de piedra sube señorial por la barranca, con palmeras de caranday abanicando a los fantasmas dos señoras de la casa quienes, con capellinas y gasas, van a mirar las sierras desde la fuente de la pileta. 
En esa ventana no hace frío. El sol va apareciendo a medida que ellas avanzan en un pincel apastelado.
 De pronto me doy vuelta...ellas, desde el lugar me están llamando. Tienen mi edad. Tienen familias. Tienen hijos. Pero en estos instantes están solas y volvieron a tener diecisiete. Me llaman con sus miradas. Me siento cómplice, sé que me esperan. Abro la ventana, me siento sobre el marco. Bajo una pierna, luego otra, pego un saltito y subo los peldaños casi corriendo. Una de ellas me toma del brazo; la otra me acomoda el pelo y coloca un sombrero lánguido y celeste. Las tres caminamos entre risas y murmullos, tiñendo de mujer, un miércoles que intentó por la mañana ser gris y frío.

lunes, 2 de julio de 2012

ACASO LA VIDA

De Silvina Grimaldi Bonin

Acaso la vida
nos repare el daño,
y en alguna esquina
nos cure el espanto,

nos preste una rampa,
nos quite los clavos,
nos pague en sonrisas
lo invertido en llanto.

Acaso la vida
me empuje a tus brazos
con un gesto breve,
como un sueño mágico,

como un desafío,
un flash, un relámpago,
(lo sublime suele
limitar su espacio)

Acaso la vida,
me guarde un regalo,
franco y silencioso,
eterno y cifrado.

Un papel sin mancha,
escrito y firmado
por tu puño y letra,
valioso y preclaro.

Acaso la vida…
que niega el atajo,
que es especialista
en dar golpes bajos,

todavía pueda
obrar un milagro.
¡Bien vale la pena!
caminar descalzos,

rompernos los pies,
herirnos las manos,
desafiar la cuesta
y llegar más alto,

porque el cielo tiene
la altura y el ancho
que nuestro coraje
le haya designado.

Que, después de todo…
no existe un quebranto
que viva y perviva,
sin ser compensado.


Y si así no fuera,
de pie, como el árbol
me hallará la Muerte,
todavía porfiando.


(Sólo en tus orillas
me fue revelado
que ningún camino
se recorre en vano...)



que ningún camino
se recorre en vano...