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sábado, 9 de febrero de 2013

"Cuestión de peso"



Natalia Spina
 


Ni me lo cuente. Yo lo se todo. Yo soy el narrador omnisciente –el que todo lo sabe- el que usted no se anima a personificar cuando escribe.

Este año usted cumplirá cuarenta. Y el primero de enero, usted tomo la decisión de empezar una vida sana. Mas bien diría yo, lo que quiere es una vida más equilibrada, más adulta, sin tanto dramatismo, con menos ansiedad. Era hora.
 A pesar de que debía ser más paciente, no había tanto tiempo pues debería dejar de fumar e ir contra lo previsible: engordar. Ya andaba con unos kilos importantes de más pero si, como está escrito, usted dejaba su vicio y aumentaba de peso, el volumen resultante de la experiencia seria lamentable.

Primero lo primero: basta de cigarrillos; olor a tabaco en el pelo, uñas amarillentas y voz de Gata Varela.

Encaró terribles e interminables días con mate sin pucho, con charlas de matrimonio sin humo, consigo misma y sus pensamientos sin confidente, sin su cómplice mas prudente. Dejo desatar todos los efectos químicos, físicos, psíquicos, psicológicos que produce la abstinencia de nicotina en usted. Atravesó todas juntas, la ira, la impotencia, la angustia, la intolerancia, la irritabilidad y hasta pisó los bordecitos de la histeria. Sufrió usted…y su familia que, advertida previamente de la feroz metamorfosis que se venia, obro con cautela y ni opino cuando usted era capaz en el transcurso de un minuto, de llenarse los ojos de lágrimas, limpiar sus mejillas con las manos, poner cara de homicida, y soltar una carcajada de loca que dejaba a la concurrencia de tal espectáculo, tiesa con los ojos sin pestañar y el rictus de de la boca subrayando la preocupación por su dudoso estado de cordura. –“Denme un tiempo por favor" – decía mientras intentaba volver a la compostura.



Evitó bastante mirarse al espejo cuando se vestía pero, a la semana el cierre del pantalón elastizado simplemente explotó, se rasgó como su espíritu tan versátil siempre tan decidido a sostener las más desproporcionadas situaciones. Sépalo: nadie es tan abarcativo. Ni siquiera el cierre de un Jean elastizado. Por eso, buscó ayuda una vez más y fue a la décimo primer nutricionista de su vida.



Luego de dos horas de recorrer la historia clínica (o cíclica?) de su masa corporal y espiritual, tomar medidas como para confeccionar el vestido de Morticia, decidió ella, prescribirle algo muy atinado: “comer como usted ya sabe que corresponde.” Si le llegaba a imprimir un régimen con un menú diario, se moría del aburrimiento y la decepción.

Le habló del respeto por usted misma y la escuchó durante dos horas. ¿Quiere que le recuerde la cantidad de cosas que le contó? Al terminar de escuchar el monólogo de su nueva paciente, lanzó en un suspiro: “Y…sí. Es que el hombre no es sólo lo que come… si no lo que piensa” No consideremos con esto que debe además ir a un psicólogo. Por favor no me haga eso; por lo menos por unos meses.



A las balanzas, ahora las licenciadas, no les llevan mucho el apunte Parece que el ánimo premenstrual pesa tanto como el del tiempo de la seductora ovulación y entre medio hay unos cinco y cinco días de verdad relativa pues depende no sólo de la hora de su digestión sino de la cosita salada que hizo que retuviera líquido si no es el castigo del único permitido que se dio en la semana.



Al salir del consultorio, se dirigió al gimnasio. No quedaba otra. El de la esquina naranja para ser mas preciso; el de amplias ventanas vidriadas y gente admirable tras ellas, mas bien envidiables, ejercitándose y mirando como pasan los autos por la avenida. Es de ahí donde vuelven las madres de los compañeros de sus hijos cuando se saludan al buscar los chicos en el colegio. Pareciera que nadie las hubiera deshidratado Llegan con el cabello brillante y planchado, el conjunto de lycra combinado con zapatillas medias y bolso; la piel siempre bronceada y un noble maquillaje muy natural por cierto, incorruptible Aroma? Perfecto, fresco, cítrico en general y soberbio.



El asunto es que usted ingresó al salón lleno de gente sana realizando movimientos musculares que pensó jamás podría realizar y, tras recibir una sonrisa proveniente de la parte superior de un anchísimo cuello masculino, salio con el papelito amarillo de los horarios, ya inscripta formalmente. Entonces, escuchó sus primeros aplausos. No fueron “los” aplausos de su vida pero sí sonaron las palmas. Sonrió satisfecha.



Tras organizar su vida, la de sus hijos y el trabajo, romper con las tareas terriblemente sedentarias que ama, recurrió a buscar algo de ropa para la primer clase. Como nunca hizo gimnasia, no hay jogging; como nunca muestra las piernas, no hay shorts y lo único suelto que tiene son unas bombachas de gaucho que cuando se las calza, los bolsillos se abren como pinzas en sus caderas. Imposible (escuchó la voz de su madre diciendo “ni se te ocurra ponerte eso”).



Fue entonces-cuando le habló su mamá- que miro hacia arriba y se dio con la parte alta del placard. Constató que no hubiera nadie acercándose a la habitación y, subida en un banquito blanco, abrió la puertita y la sacó: la bolsa de los disfraces. En fin; para no torturarla con el recuerdo de su imagen revolviendo entre alas de abejas, orejas de conejo, peinetones y enaguas resumamos que se subió al auto con una babucha de odalisca, lila, de jersey, ancha y ajustada en los tobillos.



En el gimnasio, la chica que la recibió, escucho la historia de su sedentarismo: “nunca fui a un gimnasio, nunca hice un deporte, nunca salgo a caminar; no necesito moverme mucho para realizar mi rutina cotidiana.” También la escuchó y observó comprensiva y tiernamente, cuando usted le explicó que tenía que bajar catorce kilos, que había comenzado a cuidarse en las comidas y dejado de fumar.



“Pamplona”, así se llama el centro de torturas logotipeado con un hercúleo rinoceronte tomando de una botellita, no tiene tantos espejos como se había imaginado. Entre tantos aparatos, para encontrarse con la propia imagen hay como que buscarse pero cuando usted, accidentalmente se dio con ella, no lo pudo creer. Parecía lista para animar una fiestita. Lo que tiene usted bueno señora, permítamelo señalar también, es que comenzó a reírse y pensó en que sería conveniente sacarse una foto del “antes”. Resultaría un recurso de marketing interesante para los dueños del establecimiento. No deje de recomendárselo.





Mover la estructura ósea fue toda una conmoción interna pero lo más escalofriante fue, sobre la cinta, sentir sudar la gota gorda por sus sienes y ver que “salpicaba” el suelo de goma corredizo. Con el pelo completamente mojado, salió por la puerta ancha, recordando, no sé por qué tan brutal comparación, la escena de la película de Rocky Balboa, cuando golpeado, sudado y sangrante, pensamos todos que no podría volver a pararse para seguir luchando en el cuadrilátero. Percibió nuevamente los aplausos.



Así se sucedieron unos días. Cambió la situación cuando se compró las calzas negras. Estaba bueno mirarse ahora al espejo. De costado no señora, póngase de frente para sentirse mas armónica. A la panza ya la bajará de a poco. El profesor dice que sus músculos abdominales carecen absolutamente de fuerza. Así nomás. Notó que este hombre, esposo de su dulce primer maestra, era tan exigente cuan le habían advertido. Le diré que combina ese aspecto con su obsesión señora. Ah, un comentario al margen: ¿Vio cómo grita de golpe cuando saluda a alguien o cuando anima a algún vencido tras las pesas?



Todo venía aconteciendo de maravilla. La heladera tenía ocupados los cajones de abajo con verduras, las galletitas dulces ahora eran negras, insípidas, finitas y espantosas y reemplazó las gomitas mogul por unos extraños caramelos de algas. Cada mañana al levantarse se sintió mas liviana y ágil; hasta salió a caminar para pasear el perro de una amiga (con lo que odia a los perros).



Pero, un día, luego de media hora de aerobics, se le ocurrió preguntar si había balanza en el gimnasio. Sí. Había. Ahí detrás. Frente al dispenser de agua. Sabía que no debía ir allí; sabia ! Encaró pensando que no podría sacarse la ropa y que no valía la pena descalzarse pues sería lindo ver que, además del peso bajado, tenía que descontar unos quinientos gramos de las zapatillas, por lo menos. Pero allí fue, se subió a ella y, luego de un buen rato, al bajarse del aparato tras haber movido ilusamente la pesita de la decena y visto la flecha indicadora haciendo equilibrio un kilo arriba de hacia dos semanas, la profesora la miró y temió lo que venía. “No te vayas a poner chinchuda ahora ¡Venís tan bien! La balanza no tiene nada que ver… no te amargues!”



Con los ojos llenos de lágrimas, terminó dignamente su rutina y salió , peleada con usted misma, con la balanza, con el sudor, las pesitas y la ridícula bincha de toalla . Creyó que el entusiasmo demostrado era un papelón. Pensó en que quizás esté viviendo una premenopausia y no se había dado cuenta hasta ahora. ¿Que seguiría después? Lo previsible? Yo se cuánto detesta los hechos previsibles… Por eso, quise dejarle por escrito todo. Para que no se olvide de lo que hizo y lo que no hizo.


Escúcheme, léame, y reconozca: ¿llegó a su casa y se preparó un super nesquik? ¿Compró un paquete de cigarrillos, una factura hojaldrada de manzana y unas borlas de fraile? No. ¿Abrió el pan dulce que quedó de la Navidad? ¿ Tomó el frasco de dulce de leche, lo mezcló con avena y se sentó con él a ver “El Clon”? No. Usted simplemente buscó a sus hijos y los acompaño mientras se zambullían en la pileta de natación. Majestuosamente, se llamó al silencio y dijo como Scarlett O’hara en “Lo que el viento se llevó”: “Mañana. Esto lo resolveré mañana” y como por arte de magia sonrió recordando lo feliz que había sido con una porción de cheese cake un par de choclos, una tostada con dulce de zarzamoras y unos adorables chipá de queso.

Aplausos. Más aplausos.



Se lo digo yo que lo se todo. Se lo digo yo que soy usted y él y nosotros: Aunque no lo vea todavía, a usted en la balanza, le está quedando muy bien, la década de los cuarenta.