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viernes, 1 de marzo de 2013

"LA INSATISFACCIÓN"



Sheila Acosta Anzalone.

Y cómo me rescataría, ahora, la parafernalia maternal, si me hundo, insalvable, en este mar de la infamia. Ya no puedo hacer volver atrás las agujas del reloj. Me resulta imposible, dada mi condición humana, hacer retroceder las crueles arenas del tiempo. El autoritario decidir de Cronos ya lo cubre todo, inmutable. Ya no puedo volver atrás en el espacio en el que medirán estas miserias mías, únicamente mías. Inmorales miserias, si las hay. Imperturbables. Las que, impertérritas, se hallan plasmadas en la pertinacia a calmar mi insatisfacción. Impúdicas acciones las que emprendo diariamente mientras me queman la culpa y la desazón. ¿El motivo? Inescrutable.
Aquí, detrás de la cortina, me hago una y mil veces la pregunta, sólo para intentar aplacar mis ansias: “¿Por qué?” Y no hallo respuestas que me justifiquen. Ya nadie me perdonará ni entenderá ni se pondrá en mi lugar. Sólo se dedicarán a juzgarme, a medir cuan débil soy al haber caído en el más oprobioso de los pecados. El de no poder detenerme ni contenerme. El de no cesar de hacerlo. En todos lados, casas, departamentos, instituciones. Hasta en lugares públicos lo he perpetrado y, en medio del acto, no sentía pudor. Pero ahora, que lo he hecho con todos y delante de todos, he ocupado ese rol que ellos y los que son como ellos, saben. El más doloroso. El más terrible porque me hace presa de los prejuicios de las mayorías. Esta insondable y profana insatisfacción me condujo hacia los peores terrenos. Me ha hundido en las sombras del castigo ejemplar. Me erigió y sepultó en la Magdalena bíblica desprovista de Cristos que pudieran salvarla. No podrían. La lapidación, aunque simbólica, ya será un hecho consumado.
Y me continúo preguntando por qué lo hice y por qué no puedo detenerme. Quizás, lo que pretendía morigerar mis penas sólo las agudizó. Ese consejo, el de no compungirme tanto por algo en lo que muchas caen, en poco, mínimamente, calma mi desolación. Ellos, los que me aconsejan diciendo que peor están las que no lo hacen nunca y que por eso se enferman de gravísimas enfermedades y hasta granos horribles les brotan, desconocen lo que significa esta carga. La de representar y llevar grabado en el rostro y en el cuerpo víctima de la insatisfacción, el estigma del peor de los pecados capitales. El que se provee de los excesos de la carne. La que se niega a ser mortificada. El más repudiado de los pecados, el más temido. Nadie quiere caer en esa difamación de la que nunca se sale.
Y continúo detrás de la cortina, esperado la fatal pregunta, la que será formulada sin la mínima clemencia. Vuelvo a preguntarme por qué participé de esas orgías interminables, porque, aunque gastronómicas, eran orgías. Ya está, ahí viene, está del otro lado. Fuera del vestidor está esa calumniadora que se quedará comentando con la que es como ella, y me pregunta:
-¿Y? ¿Cómo te fue?
Y yo, asumiendo la resultante de la insatisfacción y, dejando de preguntarme por qué carajo comí tanto, le respondo:
-Ni me sube. Traeme, por lo menos, dos talles más.

jueves, 28 de febrero de 2013

"Una asignatura pendiente"



Sheila Acosta Anzalone.



Y todos tenemos, en el transcurso de la vida, una asignatura pendiente. Un muerto en el
placard al que hay que ventilar de cuando en cuando para que eso que debemos y, nos
debemos, no comience a invadirlo todo con el aroma de sus miserias. Yo sabía de estas
cosas desde los catorce años. Desde ese día en el que organicé, simulando ser una líder
de multitudes, la firma de la prueba en blanco. La de Música, aquella que sobrevino a las
audiciones soporíferas de los acordes de cámara del clero. Ésos que el profesor, con
tanta convicción, nos obligó a escuchar. Una lástima que el profe nos hubiese impuesto
ese tema, que desconocíamos era obligatorio. Qué se le iba a hacer, la organización de la
firma sobre la hoja en blanco ya era un secreto a voces, un acto decidido. Pero cuando el
profe dictó las consignas no pude evitar que se revolviera, en mi interior asustado, lo que debía
asumir como responsable: la prueba era una real tontería, podrían haberla contestado los
nenes de la escuela primaria. Desesperada, y habitada por el sentimiento de culpa
mientras el que dictaba su última clase, cuestión que todos desconocíamos, ordenaba sus
partituras, hice el intento, infructuoso, de parar lo que yo misma había organizado.
“Tarde piaste”, decía mi padre cuando la cosa no tenía retorno. No tenía, claro que no.
Mis compañeros me exigían que cumpliera con lo consensuado y, ¿qué iba a hacer? Inútil era
que insistiera. Yo era una líder de principios, una jefa de manada digna, precoz, a mis
catorce años. Cómo no serlo. Cómo no emprender los delirios de heroína venida a menos y
ensoberbecida de más, luego de auto inocularme tantos capítulos de Heidi haciendo caminar
a su amiga alemana paralítica. Después de inyectarme la emisión semanal de La Mujer
Maravilla dispuesta, siempre, a salvar el mundo. Cómo no soportar, en silencio, la
humillación de mi profe de Música que era más bueno que el pan, si gozaba sin pudor las
desventuras del pobre Coyote a manos, o a patas, para decirlo mejor, del cretino a la
enésima potencia del Correcaminos. Y lo hice: firmé la hoja. Fui la última, pero lo hice.
Y el profe, que cuando nosotros llegábamos estaba cansado de ir y venir, me preguntó,
mirándome a los ojos: “¿Por qué?”. Sólo bajé la mirada. No contesté, no le dije la última
palabra que le podría haber dicho. Un simple y sentido “perdón”. No lo hice y, cuando me
arrepentí y quise volver atrás, el profe ya se había ido. Había renunciado. No por mi
culpa, claro. Tendría sus motivos para irse a otra provincia. A Córdoba, me dijeron.
Y así me quedé con mi asignatura pendiente desde los catorce años, esperando ver a quien
debía pedir disculpas por un acto simple de la adolescencia. Recordaba que el profe tenía
un gesto placentero cuando nos explicaba algún tema. Enseñar, seguramente, era algo que
dotaba de un gran placer. Por eso decidí convertirme en docente cuando tenía veinte años,
porque me imaginaba que enseñar y aprender de los otros sería algo formidable. No me
equivoqué y, años después,tuve la posibilidad de acompañar a los profesores de Música,
asesorarlos, guiar su tarea. Y en esa época recordé, como siempre, mi deuda con el profe.
Por eso les sugerí que variaran estrategias, que entendieran que era muy importante que
se comunicaran con los estudiantes, que les transmitieran el disfrute de la música como
un aporte artístico único, inigualable. Uno que acompaña a la humanidad desde los tiempos
más remotos, desde sus inicios. Les pedí que fueran tolerantes y que esperaran, que
tuvieran paciencia, que quizás alguno de esos jóvenes que un día insinuaban no valorar su
trabajo sufrían de un pedido de perdón atorado. Les conté que no era bueno andar con esa
asignatura pendiente, con ese muerto en el placard, desde los catorce años.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Lo que quedó pendiente



de Emi Tudi


Sabía que en algún momento tendría que volver, la casa estaba tal y como ella la había dejado, había que vaciarla, guardar en cajas rotuladas cada recuerdo, separar lo que podía conservarse de lo que sería destinado a algún pariente interesado.

Pero su cuerpo no iba a resistir tanta nostalgia, hacia ya 2 meses y cinco días, que la casa estaba cerrada, no había vuelto a entrar. El sol ya no se colaba por las rendijas, las plantitas del patio fueron muriendo de tristeza, una a una, había llovido, no era falta de agua, era pena.

El mate y el termo sobre la mesa, las galletitas en su latita de Bagley sobre la mesada. La cama tendida. Todo igual que aquel día.

Ana llegaba hasta la puerta y de golpe la envolvía un frio que la paralizaba. No podía pasar de la puerta cancel. Lloraba en silencio, y cuando sentía que las piernas ya no aguantaban corría las dos cuadras que la llevaban hasta su casa.

Sabía que era una tarea pendiente, tenía que poder entrar. La chica de la inmobiliaria la había llamado insistentemente, tenia varios posible locatarios interesados y la plata hacía falta, no podía darse el lujo de tener la casa cerrada.

Mañana temprano después del desayuno vengo si o si, pensó dándose animo. Y como si nada hubiera pasado retomo su rutina y siguió camino hacia el mercado.

Esta vez algo en su interior sabia que al día siguiente lo haría.

Lloro las tres cuadras que la llevaron hasta el mercadito, sin importarle que la vieran. Estaba asumiendo el duelo, estaba sacando afuera ese dolor que la tenia presa.

Ese martes, tempranito, sonó el reloj, lo pospuso sus 5 minutitos mas, dio unas vueltas en la cama, la perra de un salto subió a la cama moviendo el cuartito trasero, le lengüeteó los cachetes con inmensa alegría, como si supiera que tenía que darle valor.

Se levanto, fue a la cocina, tomo su te con dos tostadas y miel mirando por la ventana sus cactus que crecían felices en macetas coloridas.

Se cambio muy despacito, y emprendió la salida.

Finalmente ese día, caja a caja fue vaciando la casa, y con cada cosa que salía del placard iba llenado el corazón. Cada foto un suspiro que la llevaba lejos.

Lloro hasta que las lagrimas no salieron mas, rio, canto, rego las pocas plantitas que quedaban aun vivas.

Abrió las ventanas y entro el sol, brillo como nunca. Ya no había nada pendiente.

martes, 26 de febrero de 2013

El viaje.


Sheila Acosta Anzalone

Una debería obedecer a pie juntillas los consejos de las madres, pensaba en ese instante. Y como para que no: ella me había dicho hasta el cansancio que viajar así era un peligro. Que cualquier día de estos me iba a levantar un loco de ésos, de las películas de terror o suspenso, y me iba a arrepentir de ser impuntual y perder los ómnibus, o directamente viajar a dedo por tacaña. Por no pagar el boleto no porque no tuviese con qué sino por un equívoco sentido del ahorro con el que ponía en riesgo mi vida. Por eso ella me daba, a pesar de haber sido siempre tan categórica, tan altamente taxativa con la frase “la beca ‘mamá que no llega a fin de mes’ caduca el día que te recibís”, el dinero justo para el pasaje de ida y vuelta. Yo era una hija desobediente, prefería gastarme esos pesos en un pancho y alguna golosina, cuestión que borraría del mapa, en poco tiempo, esta figura privilegiada que tengo y muchas de mis compañeras envidian, y me iba a la rotonda a esperar la solidaridad de los que viajaban en auto. Total, la cosa era llegar y gratis, un día en Audi y otro en Rastrojero, pero llegar. Ahora no se me ocurre pensar en esa sugerencia que yo consideraba de vieja anticuada. Amparada, seguramente, en la educación autoritaria que tuvo mi madre al igual que tantas como ella. Las que se privaron en la juventud de vestirse como en el fondo querían.

Ahora ya es tarde, nunca le di crédito a eso que me decía sobre la vestimenta, que si iba a viajar así como viajaba, a dedo, que por lo menos me tapara toda, que me vistiera casi de monja. Y yo no le hacía caso, menos hoy, con este calor de mediados de marzo. Cómo voy a privarme de mostrar mis piernas que las tengo perfectas. Ni una arañita me apareció hasta ahora, y eso que llevo tres veranos trabajando con esos explotadores que no te dejan apoyar el culo en las nueve horas de corrido. Por eso me puse la mini. No, nada exagerada, soy una maestra, tampoco voy andar casi desnuda. Ésta es una pollerita corta, pero no mucho, aunque ahora que voy con este tipo que no me saca los ojos de encima y con gesto lascivo de abusador y desquiciado me pregunto por qué no me puse un yean. Ya es tarde, pienso en este instante.

El tipo no me escucha, le di el discurso de siempre, el que invoco, de memoria, cuando me lleva un hombre. Lo hago suponiendo que una maestra jardinera enternecería al propio Jack el Destripador. Pero éste, que en un primer momento me pareció tan atractivo además de oler bien, a un Hugo Boss que no es una imitación, tiene cara de asesino serial de los lindos. No como los de las películas norteamericanas que ya sabemos cómo los caracterizan: son todos negros horribles, no como esos con los que fantasea una, o latinos feos y con las caras colmadas de cicatrices. Éste no, éste era un abusador pintón, por eso no estaría preso aún, porque su aspecto evitaría las sospechas, me dije. Puteé en silencio contra los estereotipos de esta sociedad, aunque no me sirviera de nada. Nada me servía de nada. Esas cadenas enseñando a prevenirse de una violación no me servían de nada, las que aseguraban que había que serenarse y gritar además de vestirse con ropa que a estos degenerados les costara sacarte, eran dos sugerencias que no me servían para nada: si gritaba nadie me iba a escuchar porque estaba dentro de un auto que circulaba a excesiva velocidad en la ruta, uno a cuyo conductor yo misma había llamado con mi señal del pulgar en alto y en el sentido que viajaba, y estaba vestida con una pollerita que, si quería, me la arrancaba de un tirón o me la subía, y listo.

Ahora, que el tipo se distrae, no me habla, y sube la velocidad a más de 150, pienso en la vida. Nos vamos a matar, el degenerado soltó el volante y me toca. No, no puede ser, voy a morir y sólo tengo veinticinco años. Si no estuviera paralizada le diría que pare, ahí, en los pajonales, al lado de un bañado y, con tal de que me deje vivir, lo hagamos, entre las totoras y los cardones que no cesan de expeler panaderos. Total, puedo simular que estoy borracha, que lo estoy haciendo otra vez con Mauri Torres, sólo mamada pude hacerlo con él. Fue horrible, después me persiguió un año entero, como si ese acto del que no me acuerdo, después de tanta cerveza y fernet lo hubiese dotado de algún certificado de propiedad.

El tipo me manosea mientras sostiene el volante sólo con la mano izquierda y va como a 160. No quiero morir, “hagámoslo”, me sale en un hilo de voz, sólo para vivir, pienso. Total, después de eso, si no me mata, me voy a los grupos de autoayuda. Seguro que hay. Para todo hay grupos de autoayuda. Pero, ¿y si me mata y en la autopsia sale que a pesar de que me mató lo hice sin resistencia? Eso sería un deshonor, pero ya es tarde, el auto se va a la banquina, a 160, me voy a morir, con el honor intacto pero no será un trofeo de nada. Ya estoy camino al túnel, escucho la voz de mi madre. Es natural, antes de ingresar al túnel a una le habla la madre, inconscientemente lo hacen. Después, ya en el interior, te reciben los parientes muertos, los abuelos, los tíos, algún antecesor con una jefatura selecta en el árbol genealógico. Sí, alguno que se mandó alguna hazaña, que estuvo en la guerra, preso, vaya a saberse quién me está por recibir mientras mi vieja grita como una loca, como siempre, bah. Pero ella no me puede escuchar, porque estoy por ingresar al túnel, si me pudiera escuchar le diría que le pase mis bombachas Victoria’ s Secret a Camila, mi mejor amiga, antes que se las rapiñe mi hermana menor, que me olvidé un carefree usado debajo de la cama, que lo saque y lo tire, así nadie me critica y, sobre todo, le diría que se deje de gritar, que los muertitos me van a recibir con bronca si escuchan tanto escándalo. Pero no puedo hablar en estado de muerta que se está despidiendo, no puedo y mi vieja sigue gritando como una condenada:

-¡Nena! ¡Despertate de una buena vez que llueve a cántaros y tenés que viajar sí o sí en micro!

domingo, 24 de febrero de 2013

De la virtualidad y otras yerbas para secar al sol

Sheila Acosta Anzalone

No te entiendo, sabés que no. Cómo te pudiste enganchar con ese tipo. Así, diciendo que estás enamorada. Cómo pudiste, siendo que las relaciones que surgen en la red son eso, sólo eso: una ficción. Que es normal, me decís, que internet es un concierto de soledades y, por eso, porque en esa inmensa telaraña virtual, red de redes, súper carretera informática, pulula tanta gente necesitada de afecto, vos, que sos una soñadora y una crédula te creíste que tu alma gemela andaba por ahí. Mezclada con las de otros millones de mujeres ávidas del amor de su vida. Pero no podés ser tan infantil, che. Largá con el cuento maravilloso del príncipe azul que ya no se lo cree nadie. Está bien, sé que nos formaron así, o deformaron, que vos y yo, que ya cumplimos cuarenta, nos fumamos todos esos teleteatros, desde chicas, acompañando a nuestras madres o no, porque a Andrea del Boca haciendo de pobrecita la soportamos solas, ¿te acordás? Pero, ¡qué manera de bajar línea en esos culebrones! Pretendían que nos convirtiéramos en unas taradas. Como para que no salieras así de ilusa, de descerebrada, habiéndote auto inoculado el veneno de todos los teleteatros de Verónica Castro.Una grosa la petisa, ni viento le echó Thalía con su mala imitación en “Los ricos también lloran”. ¿Y la vieja mala de “Cuna de lobos”? Horror que te tocara una suegra así. O una madre, válganos la suerte, la de habernos salvado de convivir con una víbora, aunque haya tantas por las calles, en el trabajo y hasta en internet, donde nada es verdad. Que el tipo de doró la píldora porque te comentó algo de Borges. Pero no podés ser tan cándida, nena, si en tu información de perfil decís que sos de “la cofradía de adoradoras de Borges”, si alguien quiere acercarse te hace el verso con eso, y listo. O te creíste, de verdad, que te cruzaste con un erudito, con un lector compulsivo. Aterrizá, es obvio que googleó cada mentira que te dijo. ¿Todavía no caés en la cuenta de que todos los tipos están cortados por la misma tijera? Que este es diferente, decís. Pero, nena, son todos idénticos: mentirosos, infieles, mujeriegos, machistas, manipuladores, nenes de mamá. Inmaduros crónicos. No me hagas hablar del género masculino porque estaríamos hasta mañana. Que no te desilusione, me pedís. No, no te desilusiono, si la ilusión la tenés vos. Solita la tenés que abandonar, no necesitás ayuda de nadie para abrir los ojos y ver. Pensá, si el tipo fuese tan real, tan palpable y tan sincero, ¿para qué sigue la historia en el chat? ¿Por qué no te encontrás con él, y se sacan las dudas los dos? Que está lejos, decís, que está en la Patagonia y por ahora no puede venirse, que está agobiado por el trabajo, te dice él. No te digo, cualquier excusa tienen estos mentirosos. Seguro que es una justificación para mantenerte en vilo y que después, al haber esperado tanto el encuentro, le soportes todos los defectos. Porque eso piensan de nosotras los tipos, de las que ya cumplimos cuarenta y estamos solas, que somos unas fracasadas, unas histéricas, y por eso nos tenemos que conformar con cualquier cosa. Bueno, te tengo que dejar, debo contestar unos mensajes. Ah, no te conté, me envió solicitud Alejo Suárez, ¿te acordás qué potro era? Sí, lo seguían todas las pibas, era el traga más lindo y fachero de la escuela. Pero está cambiado. También, como para que no lo esté, pasaron más de veinte años. Se lo nota muy serio en su muro de facebook, se interesa en lo social, no en cosas superfluas. No sabés, me comentó una frase de Benedetti que tengo en la información de perfil y me escribió un montón de poemas lindísimos, dedicados, casi me hago pis con el último. Ahora vive en Rosario, dice que está con mucho trabajo, que por ahora no puede venir. ¿Qué te parece? ¿Dará que vaya a verlo yo?