Para participar enviá un mail a palabrasenronda@gmail.com Todas las imágenes están extraídas de la red INTERNET

jueves, 28 de febrero de 2013

"Una asignatura pendiente"



Sheila Acosta Anzalone.



Y todos tenemos, en el transcurso de la vida, una asignatura pendiente. Un muerto en el
placard al que hay que ventilar de cuando en cuando para que eso que debemos y, nos
debemos, no comience a invadirlo todo con el aroma de sus miserias. Yo sabía de estas
cosas desde los catorce años. Desde ese día en el que organicé, simulando ser una líder
de multitudes, la firma de la prueba en blanco. La de Música, aquella que sobrevino a las
audiciones soporíferas de los acordes de cámara del clero. Ésos que el profesor, con
tanta convicción, nos obligó a escuchar. Una lástima que el profe nos hubiese impuesto
ese tema, que desconocíamos era obligatorio. Qué se le iba a hacer, la organización de la
firma sobre la hoja en blanco ya era un secreto a voces, un acto decidido. Pero cuando el
profe dictó las consignas no pude evitar que se revolviera, en mi interior asustado, lo que debía
asumir como responsable: la prueba era una real tontería, podrían haberla contestado los
nenes de la escuela primaria. Desesperada, y habitada por el sentimiento de culpa
mientras el que dictaba su última clase, cuestión que todos desconocíamos, ordenaba sus
partituras, hice el intento, infructuoso, de parar lo que yo misma había organizado.
“Tarde piaste”, decía mi padre cuando la cosa no tenía retorno. No tenía, claro que no.
Mis compañeros me exigían que cumpliera con lo consensuado y, ¿qué iba a hacer? Inútil era
que insistiera. Yo era una líder de principios, una jefa de manada digna, precoz, a mis
catorce años. Cómo no serlo. Cómo no emprender los delirios de heroína venida a menos y
ensoberbecida de más, luego de auto inocularme tantos capítulos de Heidi haciendo caminar
a su amiga alemana paralítica. Después de inyectarme la emisión semanal de La Mujer
Maravilla dispuesta, siempre, a salvar el mundo. Cómo no soportar, en silencio, la
humillación de mi profe de Música que era más bueno que el pan, si gozaba sin pudor las
desventuras del pobre Coyote a manos, o a patas, para decirlo mejor, del cretino a la
enésima potencia del Correcaminos. Y lo hice: firmé la hoja. Fui la última, pero lo hice.
Y el profe, que cuando nosotros llegábamos estaba cansado de ir y venir, me preguntó,
mirándome a los ojos: “¿Por qué?”. Sólo bajé la mirada. No contesté, no le dije la última
palabra que le podría haber dicho. Un simple y sentido “perdón”. No lo hice y, cuando me
arrepentí y quise volver atrás, el profe ya se había ido. Había renunciado. No por mi
culpa, claro. Tendría sus motivos para irse a otra provincia. A Córdoba, me dijeron.
Y así me quedé con mi asignatura pendiente desde los catorce años, esperando ver a quien
debía pedir disculpas por un acto simple de la adolescencia. Recordaba que el profe tenía
un gesto placentero cuando nos explicaba algún tema. Enseñar, seguramente, era algo que
dotaba de un gran placer. Por eso decidí convertirme en docente cuando tenía veinte años,
porque me imaginaba que enseñar y aprender de los otros sería algo formidable. No me
equivoqué y, años después,tuve la posibilidad de acompañar a los profesores de Música,
asesorarlos, guiar su tarea. Y en esa época recordé, como siempre, mi deuda con el profe.
Por eso les sugerí que variaran estrategias, que entendieran que era muy importante que
se comunicaran con los estudiantes, que les transmitieran el disfrute de la música como
un aporte artístico único, inigualable. Uno que acompaña a la humanidad desde los tiempos
más remotos, desde sus inicios. Les pedí que fueran tolerantes y que esperaran, que
tuvieran paciencia, que quizás alguno de esos jóvenes que un día insinuaban no valorar su
trabajo sufrían de un pedido de perdón atorado. Les conté que no era bueno andar con esa
asignatura pendiente, con ese muerto en el placard, desde los catorce años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Es muy importante para nosotras saber què pensás acerca de lo que escribimos, estamos en permanente crecimiento y no hay escritor sin lector...