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jueves, 19 de abril de 2012

EL FUNERAL DEL TRAJE GRIS




De Alicia Grimaldi

Transcurría la década del cuarenta, mis abuelos maternos decidieron dejar la zona rural y trasladarse a la capital cordobesa. Compraron una casa de amplio terreno, muy cerca de la iglesia y la plaza del tradicional barrio elegido.
De los cinco hijos del matrimonio, permanecía soltera solamente mi madre. Ella había sido educada con valores muy conservadores, quizá propios de la época y de sus padres inmigrantes.
A los pocos días de haberse mudado, mamá conoció a la hija del matrimonio vecino, soltera como ella y muy similar en su manera de ser. Así fue que comenzaron una amistad. Por las tardes, salían a caminar, visitaban la plaza y presurosamente volvían cada una a sus respectivos hogares.
En una de esas caminatas, se cruzaron con un joven de elegante traje gris, que les regaló una tímida sonrisa. Después de algunos días, lo volvieron a encontrar; entonces él se detuvo y muy respetuosamente se presentó y les pidió consentimiento para caminar unas cuadras juntos.
Transcurrieron las semanas y ya compartían los tres algunos paseos hasta la plaza, pero notablemente el joven dirigía su atención hacia mi madre. En poco tiempo, este galán educado, que utilizaba el “usted” para dirigirse en su conversación, había ganado la confianza y el corazón de mi madre. Posteriormente, en uno de los encuentros, el joven comentó que debía viajar a la provincia de San Juan por asuntos familiares, por lo cual se ausentaría muy poco tiempo y luego volverían a verse.
En esa época, las muchachas jóvenes, a manera de distracción y quizás para permitirse soñar ilusionadamente con su futuro, solían concurrir los sábados a presenciar los casamientos en la iglesia. Ese sábado, mi madre y su amiga, en ausencia del compañero de paseo, decidieron asistir a la iglesia del barrio y así deleitarse con las ceremonias nupciales y porqué no, emocionarse con el Ave María, que algún día escucharían vestidas inmaculadamente de blanco.
Cuando llegaron al templo, ya se estaba celebrando una boda. Los novios permanecían de espaldas, atentamente entregados a la solemnidad del momento. Al término de la ceremonia, el sacerdote dijo:“el novio puede besar a la novia” y él levantando el tul que cubría la cara de aquella doncella, selló esa unión con un beso en la frente.
De inmediato, y cortejado por los suaves acordes del piano, el flamante matrimonio emprendió su salida deslizándose por la gastada alfombra roja. Mi madre y su amiga, ubicadas como siempre en los primeros bancos y al lado del pasillo, miraban emocionadas. A medida que la pareja se acercaba, mamá que observaba atentamente a la novia, desvió la mirada y sus enormes ojos verdes se cruzaron con los del novio; quizá fue sólo un segundo o tal vez una eternidad; la humedad fue cubriendo sus pupilas hasta convertirse en lágrimas de asombro, el amable joven de traje gris venía pasando ante ella convertido en fiel esposo.

2 comentarios:

  1. Ali: la verdad me gustó mucho, esta capacidad que tienen los hombres de ilusionarnos y dejarnos con el corazón roto es eternamente atemporal, puede ocurrir en 1940 o 2010. Besos y seguí escribiendo!

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  2. La vida nos pasa por al lado, nos hace un guiño, y después, nos desbarranca, sin más...

    Las escenas parecen postales.


    Un placer la lectura.

    ABRAZO, ALICIA.


    SIL

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