… y quiso encontrar lo que había escuchado. Y no se quedó conforme con la respuesta de la mujerzuela. Dobló la esquina. El sol del mediodía iba cayendo vencido y entraba derretido por las persianas de las casas. Rodeó el edificio, miró hacia arriba, rogando al cielo encontrar de nuevo esa inigualable voz. Bajaba los pentagramas de las escaleras de la vieja casona cuando comenzó nuevamente. La suavidad del canto, comenzaba a estar como un vapor por todos lados. Tras sus espaldas, bajo sus pies, saliendo de las rejillas de las veredas. La melodía aumentaba de a poco, regando con cascadas las hojas agudas de las plantas de los balcones, se afinaba entre las sábanas de unos amantes que soplaban segundos tonos, tintineaba con los cristales de la araña del techo y terminaba como aleteo en las aguas de la fuente del patio interno. Siguiendo el canto, caminó apresuradamente por un zaguán. Sus tacos, de batuta, cortaban los armónicos sonidos, pero él no los escuchaba. La voz saltaba de un lado al otro y, de pronto, cuando cruzaba la abertura de los patios, la canción explotó en cien voces. Ante el hombre, una ronda de jaulas vacías.
Espacio literario abierto para mujeres que disfrutan escribir. Entre ellas raramente se conocen. Provienen de muchos lugares y tienen realidades absolutamente diferentes. Se fueron sumando y formaron esta ronda.Une palabras, Natalia Spina.

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El cuento La voz me pareció muy rico en metáforas, poesía en estado puro. Tiene mucha tensión: crea suspenso ver de dónde proviene ese misterioso canto. Y el final, un lujo. Lo veo lleno de simbolismo y para mí tiene más de la mera interpretación aparente.
ResponderEliminarLa descripción de la casa que das en dosis mínimas, da para imaginar mucho: me retrotrae a la casa de mi abuela. Creo que sos una muy buena escritora Nati. María Elena Garay
Nati, me gusta muchísimo, muy bien escrito. Luz
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