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lunes, 15 de agosto de 2011

El retorno a la inocencia





Por Guadalupe Carsetti Ferreyra


Éramos tan felices, con la felicidad plena de la ignorancia y la edad, las tardes cuando comíamos ciruelas directamente del árbol, cuando nos juntábamos a andar en bicicleta y la hora de la siesta era la hora de las travesuras y las aventuras más emocionantes.
Fuimos creciendo y la vida nos llevó por caminos diferentes, los ciruelos se secaron, las bicicletas fueron suplantadas por otras de mayor rodado, y ya no había caravanas hasta la Tranquerita.
La siesta se utilizó  para descansar, trabajar o estudiar, y las juntadas se hicieron cada vez más esporádicas.
Con el paso de los años, nos veíamos cada tanto, y el tiempo parecía  detenerse al recordar los tiempos donde los niños éramos nosotros y no nuestros hijos, cuando las preocupaciones iban desde conseguir la última figurita para poder cambiar y hacer la tarea era nuestra única obligación.
Muchos de mis amigos se han ido, mi vida ha sido plena, y en mi lecho de muerte lo único que pienso es que nuevamente nos reuniremos en el más allá para comer ciruelas directo del árbol, y hacer eternas bicicleteadas por prados inmaculados y luminosos.
Veo a mis hijos y nietos llorando bajito a los pies de mi cama, y les digo que no lloren, que si bien pronto no estaré  con ellos, nos encontraremos de nuevo, que no se preocupen por mí, porque no me voy a ningún lugar malo, sino que vuelvo donde las siestas eran los escenarios de las mejores aventuras posibles…
Hoy, miro hacia abajo y veo a mis hijos y nietos continuar sus vidas, si bien me apena que me extrañen, la vida allí sigue…
Levanto la vista, pero no hay dolor en mi alma, estoy sobre la bicicleta y mis amigos están allí, haciéndome señas para que los alcance, sonrío, y cierro los ojos dejando que la brisa acaricie mi rostro mientras empiezo a pedalear en esta nueva bicicleteada que no sé donde me llevara pero no me preocupo, porque nada malo puede pasar, es la hora de la siesta y esta nueva aventura acaba de comenzar…

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