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viernes, 2 de septiembre de 2011

"Amnesia"

de LOM



Comenzó con una picazón en el antebrazo izquierdo. Intentó rascarse con la mano derecha pero un peso inesperado la inmovilizó. Volvió a ordenarle a la mano que se levantara y otra vez  experimentó la sensación de que un peso oprimía sus dedos contra la cama.
¿Cama? De pronto tuvo conciencia de estar tumbada sobre un lecho, cubierta hasta la barbilla por capas de sábanas y cobertores, inmovilizada boca arriba, el rostro vuelto hacia una luz blanca y fría. Hizo un esfuerzo y levantó un párpado: la luz le molestó y volvió a cerrarlo. Después abrió los dos ojos y trató de ver hacia un costado. Todo en la habitación era claro y despojado: paredes desnudas color gris perla, recubiertas hasta cierta altura con cerámicas del mismo tono; una puerta entreabierta con un pomo de acero cromado y una gaveta de metal gris. Más cerca, un perchero de metal que sostenía una bolsa de suero. Vio caer gota tras gota del líquido incoloro, lo imaginó descendiendo por esa manguera delgada cuyo extremo desaparecía debajo del cobertor: cerca de su cuerpo, cerca del antebrazo izquierdo donde sentía picazón.
Después de un rato descubrió que tenía fuerzas para girar la cabeza hacia el otro lado, entrecerrando los ojos para esquivar el rayo de luz que caía directo del techo. Una cortina blanca se agitaba levemente y Paula vio detrás de ella el marco de metal de una ventana entreabierta. Un cuadro con un paisaje neutro era la única señal de color en toda la habitación.
Estoy en un hospital, se dijo Paula. No experimentaba temor ni sorpresa. Tampoco dolor, excepto la sensación molesta en su brazo. Diez minutos después le pareció  que debía investigar el estado del resto de su cuerpo: movió  la mano derecha hacia un costado y esta vez los músculos la obedecieron: palpó su torso, el hueso saliente de su cadera, el vientre tibio. Descansó la mano y le ordenó al pie izquierdo que moviera los dedos. Después de un rato lo consiguió también con el pie derecho. Acercó las rodillas entre sí: esto requirió un gran esfuerzo y Paula decidió dormitar; de esa forma también descansaría los ojos de la molesta luz que bajaba del techo.
No supo cuánto tiempo había transcurrido hasta el momento en que sintió una mano ajena sacudiendo suavemente su muñeca y una voz de hombre penetró en su cerebro.
-Señorita…  Señorita, ¿me escucha?
Paula sintió  cierta irritación. ¿Por qué la molestaban? ¿Por qué la obligaban a abrir los ojos a esa luz despiadada que horadaba el interior de su cabeza?
-¿Qué? No, no quiero…
-Ah, está despierta. ¡Qué bien! Escúcheme: ha tenido un accidente pero no parece haber sufrido ninguna lesión de gravedad. No traía con usted ningún objeto que indicara su identidad y no hemos podido avisar a ningún allegado. ¿Podría decirme su nombre?
-Paula –contestó  automáticamente-. Paula Díaz. Me molesta la luz… 
Oyó un siseo y la lámpara sobre su cabeza fue inclinada hacia un lado.
-¿Así está  mejor? Bien. ¿Puede darme un número de teléfono donde podamos avisar lo que le ha sucedido? ¿Puede darme su dirección? –La voz era amable y suave.
-4746-2958. Ciudad de la Paz 2724, 8° piso.
Otra vez la respuesta fue instantánea, impensada. Como un autómata recitando un mensaje grabado.
-¿Con quién debemos comunicarnos?
¿Con quién? Tuvo una imagen del departamento: soleado, antiguo, bien conservado, paredes blancas, balcón con macetas. Su cama, su biblioteca. El escritorio en la otra habitación. ¿De quién era ese escritorio? Suyo no.
-No sé, no recuerdo –dijo. El médico que se inclinaba sobre ella enfundado en una chaqueta celeste le sonrió. Era joven y bien parecido.
-No se preocupe, llamaremos para avisar. Ya recordará el nombre, ha tenido una pequeña contusión en la cabeza, nada grave. Ahora descanse.
Sí, descansar. Hundirse en la nada confortable. No recordaba ningún nombre, ninguna obligación. ¿Cuánto hacía  que no se sentía tan libre?
Una hora más tarde volvieron a despertarla. Otro hombre, esta vez. También joven, también  agradable, también solícito.
-Paulita, amor, soy Esteban. ¿Cómo te sentís? El médico dice que estás bien, algo confundida, pero ya pasará.
¿Pasar? No quiero que pase, estoy cómoda así. ¿Y quién era Esteban? Su novio, seguro. Su pareja. El dueño del escritorio en la otra habitación. Lo miró fijamente sin ninguna expresión. Vio cómo se le borraba la sonrisa.
-Paula, ¿no me reconocés? –se volvió a la enfermera que lo había acompañado- ¿Están seguros de que está bien?
-Sí, no se preocupe. Es normal que al despertar tenga una pequeña amnesia. Irá recordando de a poco.
Esteban se quedó  a su lado un rato largo, sosteniendo su mano. Paula cerró los ojos y esperó pacientemente hasta que lo sintió salir de la habitación. “Volveré mañana”, lo escuchó decir. Esa noche le sacaron la aguja con el suero y durmió pacíficamente. Muy temprano en la mañana una enfermera le tomó la presión, el pulso, anotó algo en una planilla.
-Está muy bien –le dijo.
Escuchó a la mucama que pasaba un trapo con olor a desinfectante por el piso. Luego, justo cuando la dejaron tranquila y se disponía a dormir otra vez, recordó la oficina y sus compañeros. De golpe, como un relámpago molesto: la cara del gerente anunciando la fusión con otra empresa, la reducción de costos… pero eso había sido un par de meses antes. Recordó el ambiente tenso del día de ayer; todos se habían quedado hasta tarde tratando de terminar los informes para la reunión con la Auditoría. Hoy. La reunión era hoy. “Qué bien” pensó. “Que Rafael se las arregle solo”. Imaginó su cara al enterarse de que ella no venía. “Mujer Maravilla” la había apodado un tiempo atrás, porque siempre le salvaba la vida ante el Directorio. No la valoraba lo suficiente, sin embargo, como para incluirla en la gerencia superior. Sintió una gran satisfacción al abandonarse nuevamente a la modorra.
Esa tarde la visitaron Esteban, una mujer desconocida y dos compañeros de la oficina. Rafael le mandó un ramo de flores y una tarjeta. La desconocida la abrazó  y le susurró que era su amiga Carmen.
-¿Cómo estás, querida? –dijo Carmen.
Paula miró imperturbable a Carmen y Esteban, a quienes no recordaba, y a Mariela y Raúl de la oficina, de quienes se acordaba muy bien. Segundos después las sonrisas se congelaron, todos se notaban incómodos.
-El médico dice que es una amnesia pasajera –informó Esteban. Los otros tres pusieron cara de comprensión y simpatía y acortaron su visita.
Esa noche el médico la revisó y le hizo muchas preguntas. “¿Está segura de que no recuerda a sus amigos? ¿Nada sobre su vida?” Dejó  ordenada una tomografía para la mañana, “sólo para descartar otros problemas” le aclaró.
A las cinco de la mañana recordó el día en que había conocido a Esteban, cinco años antes. Su enamoramiento. Sus vacaciones en Bariloche y luego en una playa de Brasil cuando, mirando salir el sol sobre el mar desde la habitación del hotel, decidieron compartir el departamento. Sus salidas con los amigos. Los fines de semana con la familia de él y los hijos de su matrimonio anterior. La transformación de la pasión en rutina. Últimamente Esteban ya no se molestaba en sorprenderla con un ramo de flores ni pasaba a buscarla a la salida de la oficina para llevarla a cenar, los dos solos. Ni hablar de vacaciones sin sus hijos.
Paula había aceptado ese estado de cosas; tampoco ella compraba un camisón sexy o usaba un nuevo perfume pensando en él desde hacía… ¿cuánto tiempo? ¿En qué momento comenzó a desear un domingo a solas? Sin embargo, Esteban era una buena persona. Sus hijos eran insoportables como todos los adolescentes pero Paula sentía cierto cariño por ellos. Sus suegros eran buenas personas. Tampoco podía quejarse de su trabajo, era agotador pero un buen trabajo al fin. Paula sintió que toda su vida le resultaba ajena. Aburrida. Insoportable. Tenía 37 años. Necesitaba tomarse vacaciones: del trabajo, de Esteban, de la rutina.
-Es muy extraño  –le explicó el doctor a Esteban esa tarde-.  Físicamente no hay ninguna causa que explique la amnesia: ella ya debería haber recuperado la memoria. Eventualmente los recuerdos volverán. Entretanto, no hay razones para que permanezca internada aquí;  yo aconsejaría que pase un tiempo en una clínica de reposo, hay una excelente a cincuenta kilómetros de la ciudad y está cubierta por su obra social. Estará bien atendida y le dará tiempo para retornar a la normalidad.
Paula sonrió. 

3 comentarios:

  1. Muy bien narrado el hastío que sufre Laura. Y el recurso de evadirse aunque sea unos días para descansar. Me gustó, felicitaciones LOM.
    María Elena Garay de Piel de Lechuza

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  2. Uyy que buena historia! como no perdi la memoria en mi choque de la bicicleta, casualmente fue a los 38 años! estoy notando como las mujeres hacemos un gran quiebre por esta edad, gracias. quiza estaria bueno perder la memoria de tanto en tanto tal como decis nos dejaría tan libres!

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  3. Quiero un lugar en esa clínica de reposo, creo que cerca de la primer quincena de diciembre voy a perder la memoria.....Muy bueno LOM.

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