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sábado, 18 de febrero de 2012

AZULINO y YO

de María Rivera

Homenaje a Juan Ramón Jiménez quien hizo de mí una apasionada por los animales.  Comenzó diciendo: “Platero es peludo, suave y blando como si fuera de algodón.”  Recordando sus palabras tiernas, hoy digo: Azulino y yo…



Azulino, suerte de personaje milagroso. De día en día mutaba su identidad: guardián de templo, melómano, curioso hasta el delirio, amante de escondrijos distante y cariñoso hasta el hartazgo, respetuoso, un ser esencialmente libre, más allá de las circunstancias exteriores, alma sin dueño.

Los antiguos egipcios adoraban a los gatos, no le daban siete vidas sino nueve, para ellos tenían nueve almas. Concuerdo con ello, no soy egipcia pero los venero. Amo intensamente a mi siamés y hemos establecido maravillosas normas mudas de amor e intercambio pasional. Azulino no tiene años, es atemporal.

Revisando nuestra historia personal, lo recuerdo cuando pequeñito corriendo entre los demás, persiguiendo algo imaginario o no, nunca supe que era, pero sí actuaba diferente, eso decidió su suerte. Al tomarlo en mis brazos por primera vez, sentí el placer único, deslizando mis manos por su sedosa piel.

Nada da una sensación más rara, más refinada que la vestidura tibia de un gato. Ese instante selló un pacto eterno: empezamos nuestro compartir.

En realidad yo quería cubrir ausencias, dolores. Oí tanto de su magia, magia gatuna…puse más que expectativas en esa máquina de ronronear.

Fueron años difíciles, épocas de perder, dura prueba a seguir intacta…las situaciones golpeaban implacables.

Sufría yo debatiéndome entre el asombro, la incredulidad y la fuerza.

Crecía el en esos vaivenes emocionales, vivía en igualdad, era feliz y desgraciado, pero fascinado en el más pequeño contacto, aunque fuera breve.

Viajábamos juntos, también en bicicleta, tuvo accidentes, enfermedades, recuperaciones, siempre enfrentándome con esa profundidad azul en sus ojos vigilantes, diciendo todo sin revelar nada. Hubo mudanza de casas y a pesar del dicho popular “los gatos aman a la casa más que al dueño”, rompía hasta esa regla, puesto que con solo unas horas de reconocimiento geográfico, hacía suyo el lugar acomodando sus hábitos higiénicos nunca perdidos, instalándose cerca de mí como su única eterna referencia.

En esa época dediqué mi tiempo a estudiar y trabajar, libros y papeles, iluminaba el lugar y ya estaba el estirado sobre todo, parecía que crecía, se sobredimensionaba en su intento de acaparar mi atención.

Interrumpíamos nuestras charlas muy tarde. Mis amaneceres eran los suyos, su sueño me regia por mi cansancio. Contemplábamos juntos lluvias y tormentas deleitándonos también al sol.

Así pasaba el tiempo, hasta que un día en que un dolor una pérdida quebró todo cuerpo y alma.

Cansada…no veía salida esta vez, sin fuerzas solo pedí morir. Pero fue ese día en exacto momento, que me guió con intensos roncos gritos guturales, hasta una canasta donde llevábamos provisiones para nuestros habituales weekends insistían rogaba, luego suavemente con un maullido nunca oído por mí, nunca expresado antes, era casi humano, imperativo y dulcemente me exigía el intento de partir.

Martes, no había sol, empezaba una fina llovizna que lo mantuvo indiferente. Debíamos irnos…ya en el auto vi las provisiones. ¿Cómo fue? ¿Un personaje oculto puso lo necesario? ¿Qué gnomo invisible condujo mi auto hasta la casa de siempre?, quién había encendido ese fuego de bienvenida…

Perdí noción del tiempo cronológico y geográfico, solo sé que atardecía, yo en mi cama, lluvia y fuego. De pronto ame abracé a él que miraba dulce y profundo, empecé a llorar gimiendo con un llanto de vidas vividas, ausencias recientes, heridas profundas.

Lloré no sé cuantos días.

Lentamente reacomodando mi respiración intenté recupéreme y,.. Vi, sentí, que esos siempre azules ojos en un claro mensaje me dijeron que no era un gato, si un príncipe encantado venido como mi ángel guardián para acompañarme y bajando el cierre de su abrigo de piel, tomó su brillante corona y de la mano juntos, emprendimos la vuelta a la felicidad, ese estado para el que fuimos creados, como en los cuentos…

Pero no es un cuento, es verdad. Azulino me asistió acompañándome varios días hasta que el dolor empezó a ceder, mirándolo, mirándonos fuertemente a los ojos, estrechándonos hasta unir mi respiración y su ronroneo, emprendimos el regreso… él impasible como siempre, con su elegante collar turquesa.

Yo creo saber quién fue el misterioso personaje que se hizo cargo de todo hasta ese momento. Ahora seguimos igual, él mi amado gato, yo su dueña pero además unidos por un secreto.

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